Autor: Dr. Ángel Rodríguez Cabezas. Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. Sociedad Española de Historia de la Medicina
Tanta haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: parirás los hijos con dolor”, dijo Yahveh a la mujer (Génesis, 3,16). Sin duda, con estas palabras se inicia la historia de la obstetricia y la obsesión del médico a través de los tiempos de modificar lo sancionado por tan cruel sentencia.
Parece ser que el dolor del parto viene dado por la determinación que hace siete millones de años tomaron los homínidos de dejar de apoyarse a cuatro patas y ponerse de pie. Gustando de permanecer la mayor parte del tiempo en tan singular postura, a la hembra se le alargó la pelvis y le surgieron determinadas estructuras pélvicas, lo que explica el dolor que podría ocasionar el paso de su hijo a través del canal de parto de esta guisa reformado. Quizás Lucy, la australopiteca que vivió en Etiopía hace 3,2 millones de años y que medía 1,20 metros de estatura y pesaba de 20 a 25 kilogramos pudo experimentar la referida sentencia bíblica.
Pronto observaron comadronas y parteros que, a veces, los partos discurrían lentamente y con excesiva dificultad, por lo que unos y otros no hacían más que cavilar con objeto de encontrar algún método que corrigiese por vía natural tan penosa situación. Tuvieron que pasar siglos hasta que un tal Chamberlain, en 1628, de profesión comadrón, inventase un instrumento, el fórceps, dotado de dos ramas que trataba de adaptar a la cabeza fetal para guiarla en su viaje hacia el exterior.
El doctor William Chamberlain en buena ley se llamaba Guillaume Chamberlen y componía, junto con su esposa y sus dos hijos, una familia de hugonotes que huyeron de las persecuciones que contra ellos se organizaron en Francia. Se estableció en Southampton con el nuevo nombre de William Chamberlain.
El tal Chamberlain atendió de esta suerte a la reina Henrietta y, más tarde, otro Chamberlain, Hugo (1664-1723), asiste con el nuevo artilugio a la reina Ana. El fórceps fue usado por esta familia de comadrones bajo el más riguroso de los secretos, de tal forma que, llamados a asistir un parto, portaban el instrumento debajo de la capa que extendían luego sobre el lecho de la parturienta, y así, de esta forma, como si de una cámara oscura se tratara, manipulaban y extraían el feto, ocultando de nuevo su invento bajo la capa.
Hugo Chamberlain vendió en Holanda una de las ramas del fórceps por un altísimo precio a un obstetra llamado Roonhuysen. Andando el tiempo y en una de sus borracheras, Roonhuysen reveló el secreto a Jean Palfyn, cirujano de Gante. Poco tiempo después Roonhuysen apareció asesinado en su consulta, de donde había desaparecido el medio fórceps.
Jean Palfyn perfeccionó el instrumento y lo presentó ante la Real Academia Francesa de Ciencias con el nombre de tire-tête (extractor de cabeza), pero las primeras experiencias no fueron satisfactorias y condujeron al fracaso de Palfyn.
Otro Chamberlain, que se estableció en Essex, murió de una neumonía y su viuda, desconocedora de la riqueza del instrumental médico de su marido, vendió la mansión en 1818 con el mobiliario y todos sus enseres a un tal Montimer Hall que encontró el fórceps de Chamberlain y lo entregó a la Real Sociedad de Londres, donde hoy se conserva.
Pero como el tiempo liquida todos los secretos, aún antes de esta fecha, en el siglo XVIII, el fórceps de Chamberlain es modificado por varios, entre ellos, Levret (1747) que añade la curva pélvica a las ramas y luego es objeto de muchas modificaciones para llegar al ya perfeccionado de Tarnier (1828-1897), que añade una curva perineal y un tractor en línea con el eje genital y que ha llegado a nosotros casi sin modificaciones.
La aplicación de fórceps tuvo, como siempre ocurre, defensores a ultranza y furibundos detractores, en virtud de los resultados obtenidos, consecuencia a su vez de la correcta indicación de tal intervención obstétrica.
Uno de los mayores censores del método fue el célebre obstetra François Mauriceau, hombre que rebosaba vanidad y egocentrismo, hasta el punto de que en algunas ediciones de sus obras se representaba señalando con una mano al sol y sosteniendo un libro en la otra, con la siguiente inscripción en latín: “es el sol y no la sombra lo que me guía”.
Tan enemigo era de la aplicación del fórceps que llegó a retar a Chamberlain a practicar la intervención en una mujer de pelvis excesivamente estrecha. El resultado, lógicamente, fue el óbito de la paciente lo que, parece ser, no importó demasiado a Mauriceau con tal de ver humillado a su colega.
A pesar de la innoble acción de Mauriceau, guardo buen recuerdo de este instrumento médico que aprendí a utilizar en mis prácticas postgrado.
El arte de ‘parear’ o un tal Chamberlain
El Médico Interactivo
26 de octubre 2023. 10:22 am