Desde la década de los noventa, investigadores de la Universidad de Granada trabajan con tejidos fetales para analizar los efectos hormonales que produce la exposición humana a sustancias sintéticas. Este grupo de científicos, integrado por farmacéuticos, médicos, químicos y biólogos, estudia los disruptores hormonales, que alteran el mensaje endocrino mimetizando la hormona y ocupando su lugar, bloqueando su acción inmediata, o modificando la síntesis de la hormona o del receptor correspondiente. Esta acción puede tener consecuencias desde el punto de vista neurológico y reproductivo, informa el diario ABC en su edición del sábado, 12 de julio.

Los trabajos se centran en varios grupos de disruptores, entre los que figuran los pesticidas organoclorados, que se utilizan en invernaderos de la Unión Europea y que pasan directamente al agua. Estas sustancias, que pueden transmitirse por la cadena alimentaria, están presentes en las hortalizas que se venden en todo el mundo. Otras sustancias son el pnonilfenol, que se encuentra en los plásticos, detergentes industriales, espermicidas; el bisfenol A y los policarbonatos, que forman parte de compuestos dentales, así como de algunas botellas de plástico que se utilizan para agua. Todos están relacionados con alteraciones en la capacidad reproductiva, carcinomas hormonodependientes y son transmitidos de forma generacional, por lo que no sólo una embarazada o en periodo de lactancia puede transmitir estas enfermedades. En el caso de los DDT, los científicos analizan su vinculación con cánceres en jóvenes.

Riesgo transgeneracional

Investigadores de la Universidad de Granada están analizando fetos procedentes de diversos países europeos para llegar a conclusiones definitivas sobre los aspectos nocivos de estas y otras sustancias. En opinión de Fátima Olea, del Departamento de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia de ese campus, las conclusiones nunca son claras, pero sí existe una manifestación de informes de riesgo transgeneracional, es decir que la exposición la sufren los padres y el problema aparece en los hijos. Esta investigadora recuerda que hay ejemplos claros en la naturaleza, como el del lago Apopka, en Florida (EE.UU.), que tras un vertido accidental a principios de los ochenta descendió la población de caimanes. "Las crías -relata- morían antes de los diez días y las hembras sufrían anomalías severas en ovarios, con niveles de estrógenos dos veces más altos de lo normal". En aquella ocasión, los productos químicos del vertido habían alterado el sistema endocrino de los embriones, limitando la capacidad de reproducción de los caimanes.

Por otra parte, las alteraciones de moluscos en aguas de Galicia, Cataluña o Huelva, que se asocian con la exposición a un compuesto denominado tributilestaño y otros derivados del estaño, utilizados como anti-algas, tienen una actividad hormonal documentada científicamente. De acuerdo con los expertos, los datos epidemiológicos parecen demostrar que los desórdenes de caracter reproductivo se han incrementado durante los últimos cuarenta años, con una disminución próxima al 50 por ciento en el número de espermatozoides humanos, así como una relación directa de pesticidas organoclorados y cáncer de mama.

Aunque la exposición a los compuestos químicos con actividad hormonal no tiene por qué tener la misma repercusión para todas las personas, los científicos coinciden en que las etapas embrionarias, fetal y de primera infancia son las más afectadas.

La Unión Europea ha puesto en marcha el principio de precaución para controlar la situación antes de que se manifieste el problema, pero para ello hay que analizar los niveles de las distintas pruebas. "Es una tarea difícil y costosa, si se tiene en cuenta que está previsto comprobar en los próximos años más de cien mil moléculas químicas y que los tests deben investigar actividades hormonales y antihormonales muy diversas", concluye Olea.