El envejecimiento es un proceso natural, está escrito en nuestros genes y en nuestras hormonas. Todos estamos destinados a pasar por él y nada podemos hacer por evitarlo, sólo posponerlo. No en vano, hoy sabemos que sólo una cuarta parte de nuestra salud y de los años que nos quedan por vivir está en manos de la genética, el resto depende de nuestro estilo de vida.
Se conoce como envejecimiento cutáneo al conjunto de transformaciones que se producen en la piel como consecuencia del paso del tiempo. Las transformaciones se refieren sobre todo al deterioro de las células de la piel y de las estructuras que la sostienen (colágeno, fibras elásticas, etc.). Es un fenómeno complejo que asocia el envejecimiento cronológico o intrínseco, debido a la edad y genéticamente programado, con el envejecimiento extrínseco determinado fundamentalmente por el fotoenvejecimiento o las alteraciones cutáneas ligadas a la exposición solar crónica.
Varias teorías explican las causas que provocan el envejecimiento cutáneo, que incluyen desde factores genéticos, que limitan la capacidad de proliferar de nuestras células, hasta factores ambientales que aceleran el proceso. Entre estos últimos cabe citar las exposiciones continuas al viento, ambientes secos, altas temperaturas, contaminación, frío y, en especial, la exposición crónica al sol, que provoca fotoenvejecimiento por radiación ultravioleta, con producción de radicales libres.
En cualquier caso, el envejecimiento cutáneo afecta a todas las capas de la piel (dermis, epidermis, hipodermis) y se caracteriza principalmente por sequedad, dilatación de finos vasos sanguíneos, presencia de manchas, pérdida de elasticidad y arrugas.
Las arrugas
Un signo inexorable del envejecimiento son las arrugas, surcos, marcas o pliegues que aparecen en nuestra piel acompañando el paso de los años. De una estación a otra nuestra piel pierde firmeza, se apergamina y se vuelve más seca. Aunque el envejecimiento y todo lo que trae consigo, como las arrugas, atañe por igual a todas las partes del cuerpo, cada una envejece de una manera distinta en función de la facilidad con la que los efectos ambientales puedan acceder a ella. De hecho, cuanto más expuesta esté una zona de la piel al sol ésta envejecerá con mayor rapidez.
Quizás la cara sea la que más refleje los efectos del paso del tiempo, especialmente el contorno de los ojos y de los labios. El primero es tan frágil que en torno a los 25 años de edad ya puede empezar a envejecer. Su tejido, muy fino, y su incansable actividad, pues parpadeamos unas 10.000 veces al día, son los responsables. Un intenso trabajo al que también está expuesto el contorno de los labios y que justifica que a partir de los 25-30 años ya se puedan ver estas arrugas de expresión.
Por suerte, hoy en día contamos con numerosos procedimientos que disimulan, atenúan y hacen desaparecer las arrugas por un tiempo o incluso algunos de forma permanente, como determinados tratamientos quirúrgicos. Pero no hace falta ir tan lejos. Hidratar la piel de día y nutrirla de noche con cremas adecuadas a nuestra edad, acostumbrarnos a eliminar las impurezas con una limpieza diaria y una o dos veces por semana usar un peeling mecánico puede frenar, en parte, el envejecimiento natural que conlleva el paso de los años.
A veces, cuidamos nuestra piel con productos de higiene de escasa calidad o que simplemente no han sido creados para nuestro tipo de piel y, sin quererlo, la estamos deteriorando. Para evitarlo y escoger el producto que mejor se adecue a nuestras necesidades debemos de consultar antes con el dermatólogo y/o el farmacéutico.
Vitaminas y minerales
La dieta es fundamental para mantener una buena función antioxidante y tener una piel firme y joven. Es importante llevar una dieta rica en frutas, verduras y ensaladas, pobre en grasas animales y dulces, y tomar agua en abundancia. Hacer cuatro o cinco comidas al día y mantener un peso saludable son otras de las premisas a seguir.
Si lucimos una piel saludable, se lo debemos en gran medida a las vitaminas, los ácidos grasos esenciales y los oligoelementos. Una dieta que contenga pocos alimentos naturales y escasa en vitaminas y minerales que nutran la piel puede hacerla mucho daño. La vitaminas E y C la protegen contra los rayos ultravioleta y la vitamina A y el ácido linoleico le regalan flexibilidad.
Por su parte, el zinc, cobre, manganeso, hierro y magnesio son imprescindibles para el funcionamiento de las enzimas neutralizadoras de radicales libres. Y el calcio, que ayuda a fortalecer el estrato córneo.
Diversas investigaciones han mostrado la eficacia antioxidante de elementos como el selenio, los flavonoides y la llamada coenzima Q10. Muchos de estos antioxidantes, sobre todo los betacarotenos, se obtienen de dietas ricas en frutas y verduras de color rojo o anaranjado, como las zanahorias, la remolacha y el tomate, o muy verdes, como las espinacas y los espárragos. Igualmente tienen poder antioxidante las semillas oleaginosas (almendras, castañas, nueces, piñones, avellanas, pistachos, pepitas de girasol, de calabaza y de sésamo), cereales integrales, frutas cítricas, perejil, té verde y aceites vegetales.
Ejercicio
No decimos nada nuevo al afirmar que el ejercicio físico es bueno para todos. Pero lo que muchos no saben es que un buen remedio que favorece la salud de la piel es precisamente el ejercicio, merced al cual la circulación de la sangre se ve estimulada gracias a la aceleración del ritmo cardiaco. Además, se consigue que el proceso de regeneración de las células se mantenga equilibrado, se fortalezcan los tejidos conjuntivos y se incremente la producción de colágeno. Por otra parte, el sudor que se produce con el ejercicio físico contribuye a eliminar y a limpiar los poros de toxinas y otras impurezas.
Resulta muy recomendable realizar algún tipo de actividad, como caminar a paso ligero o correr, al menos cuatro días a la semana durante, al menos, media hora. Conviene empezar de forma progresiva y continuada, evitando esa práctica habitual, pero poco aconsejable, de realizar un gran esfuerzo un solo día de semana. El ejercicio funciona a largo plazo y por eso es preciso ser constante.