Un estudio realizado por investigadores
de la Unidad
de Investigación en Lípidos y
Epidemiología Cardiovascular
del IMIM-Hospital del Mar ha
confirmado la relación directa
entre la frecuencia en el consumo
de "comida rápida" o fast
food y el aumento del riesgo
de padecer obesidad.
Para constatarlo, los investigadores
analizaron los datos
de 3.054 personas, con edades
comprendidas entre los 25
y los 74 años, de todos los niveles
socioeconómicos, en el
área geográfica de Gerona. Se
recogió la ingesta habitual de
alimentos, se calculó el valor
energético de la dieta y se tuvieron
en cuenta otras variables
como por ejemplo la actividad
física, la ingesta de
alcohol o el consumo de tabaco,
entre otras. De la población
estudiada, un 10,1% consumía
comida rápida al menos
una vez al mes, pero sólo un
1,1% de ésta población lo hacía
más de una vez por semana,
que sería la población considerada
de mayor riesgo. Este
último grupo mostraba una
calidad dietética menor medida
a través de la adherencia a
la dieta mediterránea; por lo
cual, el consumo de comida
rápida más de una vez por semana
no se veía compensado
con un dieta equilibrada en el
resto de las comidas y el riesgo
de obesidad se incrementaba
en un 129%.
El fast food se caracteriza
por tener un alto contenido
energético, además de ser
apetecible y ofrecer raciones
bastante generosas, un conjunto
de circunstancias que
conduce a que estos alimentos
sean bien aceptados por los
jóvenes y también por los sectores
de la población con escaso
poder adquisitivo.
Para dimensionar el aporte
energético de la "comida rápida",
es importante saber que
mientras que una ración (200
gramos) de judías blancas cocidas
con aceite de oliva, una
pechuga de pollo a la plancha,
dos rebanadas de pan y una
copa de vino tinto, nos aportan
aproximadamente 450
kcal, un menú fast food que
comprenda una hamburguesa,
una porción de patatas fritas
y un vaso pequeño de refresco
de cola nos aportan
unas 1000 kcal, siendo la capacidad
de saciar de este último
menú mucho menor.