La diabetes es una epidemia mundial de la que no se libran niños ni adolescentes. Las cifras hablan por sí solas: la diabetes tipo 1 crece a un ritmo de un 3 por ciento anual en niños y adolescentes y de un 5 por ciento en niños en edad preescolar. Se calcula que, en el mundo, 70.000 niños menores de 15 años desarrollan diabetes tipo 1 cada año, casi 200 niños al día. No hay diabetes leve. Sea del tipo que sea, es una afección crónica y para toda la vida que exige un control riguroso.
El organismo de la persona con diabetes no es capaz de usar y almacenar la glucosa correctamente debido a que, en el caso de la diabetes tipo 1, el páncreas falla y no produce una hormona, llamada insulina, que es, ni más ni menos, la llave que abre las puertas de las células y permite que entre la glucosa, 'el combustible' que necesitan para poder funcionar. Al producirse el fallo, la glucosa se ve abocada a permanecer en la sangre y las células a aprender a subsistir sin su principal fuente de energía. De esta forma el nivel de glucosa adquiere niveles nada recomendables para la salud.
Sorprendentemente, es el propio sistema inmune el que ataca y destruye las células del páncreas que producen insulina. El porqué aún no se sabe con certeza. Los científicos piensan que puede haber un condicionante genético, pero es necesario algo más, un desencadenante, como un virus, estrés o toxinas, para que la diabetes tipo 1 haga su aparición. En cualquier caso, el resultado final es que las personas afectadas apenas producen o no producen insulina y deben administrársela, ya sea mediante una inyección o una bomba, para poder seguir con vida.
La alerta
Los síntomas en la diabetes tipo 1 son visibles y reconocibles, el problema es que muchas veces se diagnostica tarde, cuando el niño ya tiene unos niveles muy altos de glucosa en sangre, e incluso a veces inicialmente se confunde con otros trastornos, como la gripe o un dolor abdominal. Es fundamental que todos conozcamos los síntomas de alerta de la diabetes, pues reconocerlos a tiempo puede ser suficiente para evitar las graves consecuencias que puede acarrear.
Como las células carecen del combustible que necesitan para salir adelante, el niño con diabetes tipo 1 se encuentra excesivamente cansado y tiene muchísima hambre, aunque paradójicamente pierde peso poco a poco. Este proceso se produce porque las células extenuadas buscan la energía en todas partes y al final acaban adquiriéndola de los músculos y las grasas acumuladas. Por otra parte, como hay tanta glucosa en sangre, el riñón no puede retenerla toda y encuentra una forma rápida de deshacerse de ella: la orina. El resultado es que el niño va al baño más de lo normal, incluso puede que el primer síntoma sea que se orine en la cama, y siente la necesidad de beber mucha agua, demasiada, para compensar el líquido que ha perdido y no acabar deshidratado.
Si estos síntomas no se reconocen a tiempo y no se empieza un tratamiento, puede que la sangre del pequeño comience a dar cobijo a unos elementos químicos que se denominan acetonas, productos de desecho consecuencia de la descomposición de las grasas. Por suerte, no son silenciosos y dejan patente su presencia en forma de dolor de estómago, náuseas, vómitos, mal aliento, problemas de respiración e incluso pérdida de conciencia. Son los síntomas de lo que se conoce como cetoacidosis diabética, la principal causa de muerte y discapacidad en niños con diabetes tipo 1.
Educación
La educación es fundamental a la hora de reducir complicaciones y salvar vidas. Una enseñanza que se ha de adaptar a las necesidades individuales de cada afectado y en la que la edad, la madurez, la fase de la diabetes y el estilo de vida han de marcar las pautas a seguir. Y es que, aunque vivir con diabetes es siempre un desafío, sea cual sea la edad del niño, lo cierto es que con los niños pequeños y los adolescentes todo se complica. Los pequeños puede que no entiendan por qué son necesarias las muestras de sangre y las inyecciones de insulina y se nieguen a cooperar. Y a veces los adolescentes vean en la diabetes un obstáculo que les impide seguir el ritmo del resto de chicos de su edad y se deprimen por ello, su autoestima baja y algunos desarrollan un trastorno de alimentación. Es cierto que tendrán que hacer cosas que antes no hacían, como ponerse insulina varias veces al día o medirse la glucosa, pero son sólo nuevas tareas que han de incorporar a su rutina diaria, nada más. Lo ideal es que sanitarios, padres, profesores, trabajadores de las guarderías, otros miembros de la familia y el propio niño trabajen juntos por un objetivo común: preparar a los niños y adolescentes para que su futuro esté libre de las complicaciones que una diabetes mal controlada puede ocasionar como ceguera, insuficiencia renal, amputaciones y enfermedades cardiovasculares.
Autocontrol
Es muy importante que el niño tome las riendas de su enfermedad para que, con ayuda siempre del médico y del educador, pueda mantener los niveles de glucosa en sangre los más cercanos posibles a la normalidad. En definitiva, se persigue un autocontrol que sólo se alcanza asumiendo una serie de compromisos. En primer lugar, visitar regularmente al equipo que le está tratando, realizar las modificaciones que sean precisas en la dieta y en el ejercicio, ajustar las dosis de insulina o medicación oral en función del resultado de las glucemias y asistir regularmente a las sesiones de educación diabetológica en autocontrol, en las que, entre otras cosas, se enseña qué es la diabetes, cuál es el tratamiento, cómo se ha actuar ante la aparición de complicaciones y cuáles son los hábitos que se han de seguir para conseguir un buen control de la enfermedad. Con todos esos conocimientos de la mano, el paciente podrá llegar a tener un control casi absoluto sobre su diabetes y conseguir disfrutar de una mejor calidad de vida.
El papel de los padres
El diagnóstico de diabetes en un hijo es un duro golpe que trastoca la vida de toda la familia. Si no hay ningún antecedente familiar, como ocurre en la mayoría de los casos, surgen muchas incógnitas, incertidumbres y miedos. Por eso es importante saber que no se está sólo. Hay todo un equipo médico a disposición del paciente y su familia, encabezados por el diabetólogo y el educador, además de poder contar con el apoyo de otros padres en la misma situación. Todos ellos ayudarán a entender a los padres que acaban de recibir el diagnóstico que su hijo es diabético y que puede llevar una vida normal, sin apenas diferencias con respecto a los demás niños.
Los padres tienen un papel transcendental en el control y seguimiento de la diabetes de su hijo, dándole toda la información posible sobre la enfermedad y vigilando permanentemente sus hábitos: comida, ejercicio, control de los niveles de glucosa en sangre y cumplimiento correcto de las dosis diarias de insulina. Además, deben comunicar en el colegio la nueva situación y facilitar a los profesores la información que necesitan para entender los cuidados que el niño puede requerir en el colegio, unas nociones que también han de tener presentes todas las personas que se relacionen habitualmente con el niño.
La diabetes infantil no es un problema insalvable. Con los cuidados y apoyo adecuados, los niños con diabetes pueden llevar una vida plena, sana y productiva.
FUENTES: Fundación Nemours y Federación Internacional de la Diabetes.