El oído y la vista son los sentidos corporales que más directamente están comunicados con lo que se cuece en el espíritu del hombre como ya acertaron a descubrir los filósofos de la antigüedad, con Aristóteles al frente. Si los sentidos son esenciales para aprehender la obra artística, ¿lo son también para su creación? Para las artes plásticas parece ineludible que el creador posea el don de la vista. para la música, el del oído. Esto sería verdadero, sobre todo en el segundo caso, si hablamos de carencias sufridas desde el nacimiento o en un tiempo muy próximo a él, cuando todavía no se ha desarrollado el aprendizaje a su través. Pero no si el artista ha tenido ocasión de 'interiorizar' las sensaciones que captan esos sentidos. Una persona que ha aprendido a conocer las formas de los cuerpos y los objetos no podrá pintarlas, pero sí esculpirlas o modelarlas con el tacto de sus dedos que se convierten así en sus nuevos ojos.
Y para el oído sucede otro tanto. ¿Necesitamos ejemplo más sublime de esta superación de una carencia adquirida que el de Beethoven? Cuando en 1801, con treinta años de edad, comienzan las primeras manifestaciones de la sordera que acabará por hacerse completa, se angustia, parece derrumbarse, incluso se sospecha que realiza algún intento de suicidio según deja entrever en una carta a sus hermanos. Pero enseguida se sobrepone y proclama: 'Cogeré el destino por la garganta. no podrá doblegarme por completo.' A partir de entonces va a concentrar toda su actividad en la composición: él tiene la música entera en la cabeza y no necesita oírla para crear extraordinarias piezas en las que decenas de instrumentos armonizan su sonido entre sí y con los solistas o con la voz humana. Dos de sus más grandes obras, la Missa Solemnis y la Novena Sinfonía, las escribirá desde la más absoluta sordera.
En otras ocasiones, la pérdida de un sentido no nos parece tan claramente mutiladora para la actividad artística. Homero era ciego y tenía escritas sólo en su cabeza los miles de estrofas de la Ilíada y la Odisea para recitarlas, como un bardo errante, por los campos y las ciudades de Grecia. Ciegos fueron dos músicos españoles de la excelsa categoría del renacentista Tomás Luis de Victoria y del contemporáneo Joaquín Rodrigo.
Y sordo era don Francisco de Goya y Lucientes. ¿Se trasluce esa minusvalía en el conjunto de su obra pictórica o en alguna parte de ella, la realizada después de la aparición de la enfermedad? ¿Este parcial pero significativo aislamiento del mundo que le rodeaba, influyó decisivamente en el modo como Goya entendió a partir de entonces ese mismo mundo que iba a llevar a los lienzos o a los muros? ¿Se puede hablar, en fin, de una línea divisoria en la inmensa y prolífica obra goyesca marcada por la vivencia, indudablemente traumática para cualquier persona, de la sordera?
Son preguntas que vienen haciéndose los historiadores del arte desde que don Francisco estaba vivo hasta la actualidad. Mas no sólo los estudiosos del arte se han planteado estas dudas. también participan del interrogante los médicos.
En éstos, además, la cuestión adquiere caracteres propios de la ciencia cuando se trata de discernir la etiología de aquella sordera. Aquí igualmente hay diversas opiniones, a lo que contribuye el siempre difícil ejercicio de hacer historias clínicas y diagnósticos a la distancia del tiempo, teniendo que recurrir a testimonios las más de las veces escasos, fragmentarios y ajenos, por supuesto, a la intención de formar parte de una disciplinada y rigurosa anamnesis, sin la que todos sabemos que habremos de movernos 'a falta también de una mínima exploración sobre el paciente- en el nebuloso campo de las especulaciones.
Con todo, los diagnósticos que se han hecho con los datos disponibles se pueden resumir en tres que repiten los autores desde hace muchos años, unas veces afirmando la certeza de alguno de ellos, otras admitiendo la posibilidad de cualquiera de los tres, y otros más negándolos con sabias argumentaciones pero sin poder abstraerse de ciertos hechos contrastados. Estos diagnósticos son la sífilis, la intoxicación por plomo o saturnismo y el trastorno mental esquizoide.
En el año 1777 sufrió algún tipo de dolencia, mal documentada, con dolores abdominales, cefalea y cierta pérdida de audición, de visión y de la habilidad manual que parece duró poco y no interrumpió demasiado tiempo, quizá unas semanas tan sólo, la actividad artística dedicada por entonces a la labor de creación de cartones para los tapices de la Real Fábrica además de algunos encargos de retratos de la familia real y los cortesanos. Fue en los años 1792-93, entre los 46 y 47 de su edad, cuando Goya padeció una gravísima enfermedad de la que le quedó como secuela definitiva una sordera completa de modo que en adelante no pudo entender a los demás sino por medio de la escritura, la lectura de los labios y con el lenguaje de las manos que llegó a dominar con habilidad.
Esta sordera hubo de agriar aún más el carácter, que ya de por sí era áspero y huraño, de don Francisco, como sucede muy frecuentemente en las personas que sufren este defecto físico, en quienes suele nacer el sentimiento, por lo general falso, de que son objeto de burla o de menosprecio por los demás. Así se explica, quizá, el comportamiento del pintor que algunos contemporáneos suyos refieren haber tenido que soportar durante sus visitas a la residencia donde dejó plasmadas las pinturas negras. Aunque conviene añadir algún posible motivo más que justifique esa actitud y no achacarla sólo a la sordera. La Quinta del Sordo era una casa en las afueras de Madrid que Goya compró durante el reinado de José Bonaparte. Al poco de adquirirla murió su mujer y el pintor quedó al cargo de una prima segunda llamada Leocadia quien también tenía que cuidar a una pequeña hija, Rosarito Weiss, habida con un alemán que las abandonó sin volver a dar señales de vida. En la Quinta pasó Goya muchos años de soledad, soledad creadora afortunadamente -Voltaire había dicho unos años antes que 'la más feliz de todas las vidas en una soledad atareada', sentimiento seguramente respaldado sólo en parte por el aragonés-, que se agudizaba por la viudez y, desde luego, por la absoluta sordera que ya venía padeciendo hacía unos años.
La enfermedad de Goya ha querido ser interpretada de diversas formas y para ello se ha recurrido sobre todo a la correspondencia que por aquellas fechas mantuvieron personajes allegados al pintor, en especial su entrañable amigo Martín Zapater, su cuñado el también pintor Francisco Bayeu y Sebastián Martínez en cuya casa gaditana estuvo al principio de ese episodio. Goya emprendió el viaje, desde Sevilla donde se encontraba, a Cádiz en noviembre de 1792 con los primeros síntomas de la enfermedad -dolores de cabeza, de vientre, vértigos- creyendo que la cosa no tendría importancia ni sería larga.
Hasta tal punto debió de pensar que era un mal pasajero que marchó a Cádiz sin solicitar el permiso de la Casa Real que era preceptivo al ser pintor de Cámara y, por tanto, 'funcionario'. Fue el mismo Martínez quien escribe a Madrid a Bayeu para que éste resuelva el trámite burocrático cuando el viaje está ya hecho. El permiso se le concede en enero de 1793 y meses después tiene que pedir una prórroga. En marzo, leemos en otra carta de Martínez, esta vez al común amigo Zapater: '(...) que nuestro Goya sigue con lentitud, aunque algo mejorado.
Tengo confianza en la estación y que los baños de Trillo que tomará a su tiempo lo restablezcan. El ruido en la cabeza y la sordera en nada han cedido, pero está mucho mejor de la vista y no tiene la turbación que tenía que le hacía perder el equilibrio [¿vértigo?]. Ya sube y baja las escaleras muy bien, y por fin hace cosas que no podía...'
Como en algunas de las cartas mencionadas 'otra de Zapater a Bayeu- se hace referencia a que '(...) A Goya, como te dije, le ha precipitado su poca reflexión, pero ya es preciso mirarlo con la compasión que exige su desgracia y como a un hombre enfermo, a quien es menester procurar todos los alivios, como tú lo has hecho, consiguiéndole la licencia... [se refiere a la de ausentarse de Madrid, antes citada] ', muchos autores 'comenzando por el médico Daniel Sánchez de Rivera en 1943- han querido intuir que la enfermedad era una infección venérea, y más en concreto la sífilis, tan frecuente en todos los estratos sociales durante siglos y que, hasta el advenimiento del Salvarsán primero y de la penicilina después, ocasionaba severísimos trastornos físicos y también mentales en quienes la padecían.
Entre sus síntomas se cuentan, desde luego, los que parecía manifestar Goya, incluida la afectación de las estructuras orgánicas del oído en que residen la audición y el sentido del equilibrio. Los tratamientos usados entonces, a base principalmente de mercurio, provocaban a su vez unos efectos indeseables muy graves como dolores abdominales y hasta la muerte. Pero esos síntomas que conocemos de Goya también podían ser ocasionado por muchas otras enfermedades. y la mención citada de la carta de Zapater a Bayeu es por otra parte sumamente ambigua, por lo que interpretarla como una declaración de que era la sífilis lo que aquejaba a Goya nos parece que es tomar el rábano por las hojas. Además, en su época se achacaba a sífilis un sinfín de padecimientos cuya verdadera etiología era desconocida.
Algunos médicos han apoyado su argumentación a favor de la sífilis en el hecho de que la esposa de Goya tuvo veinte embarazos de los que sólo sobrevivió un hijo, el último, llamado Francisco Javier. Efectivamente, la mortalidad perinatal e infantil precoz es una consecuencia habitual del padecimiento luético de los progenitores, pero siendo ésta una enfermedad progresiva, es muy extraño que fuese precisamente el vigésimo embarazo el que tuviese como fruto una criatura en todo sana como sabemos por las frecuentes referencias que de él hacen su padre y los amigos de éste en su correspondencia y lo que se conoce de su posterior trayectoria biográfica.
No es seguro, pues, que Goya padeciera sífilis. Vivió después de aquella crisis casi cuarenta años con ocasionales achaques pero no de los que permiten retrospectivamente a un médico diagnosticar el progreso de esta enfermedad, si bien puedo curarse definitivamente con los tratamientos a que fue sometido en Cádiz cuyos detalles desconocemos. En el verano de 1793 está de nuevo en Madrid y, aunque parece que casi totalmente restablecido salvo de su sordera puesto que pinta varios retratos y otras obras, alega con desparpajo su 'absoluta imposibilidad de pintar' con el fin de rescindir su compromiso con la Real Fábrica de Tapices para la elaboración de Cartones que es una labor con la que había llegado a sentirse profundamente aburrido. Los regidores de la Real Fábrica se tragan el evidente engaño y a partir de entonces Goya podrá dedicarse con más libertad a la pintura en la que se encuentra a gusto: los Caprichos, los cuadros para la familia de los duques de Osuna en su palacio madrileño, los retratos de los principales personajes de aquel Madrid que para siempre adquirirá el calificativo de goyesco, etc.
Otra interpretación de la enfermedad que padeció Goya en esos dos años fue sugerida en 1972 por el psiquiatra norteamericano W. G. Niederland y ha sido posteriormente defendida y muy documentada en un magnífico libro por la farmacéutica e historiadora del arte Margarita Rodríguez Torres. Opinan estos autores que todos y cada uno de los síntomas que refieren los documentos contemporáneos del pintor se corresponden con un saturnismo o intoxicación crónica por plomo. En efecto, esta enfermedad era relativamente frecuente en personas que manejaban de forma habitual pinturas en cuya composición, sobre todo en el albayalde blanco, entra a formar parte el carbonato de plomo.
La doctora Rodríguez Torres incluye en su libro numerosos testimonios de todas las épocas 'en especial la Disertación médica sobre el cólico de Madrid publicado en 1796 por el doctor Ignacio Ruiz de Luzuriaga y actuales estudios de toxicología- en los que se describen, efectivamente, muchos síntomas de esta enfermedad que coinciden con los que se desprenden de la correspondencia del propio Goya o de sus allegados durante sus episodios enfermizos. Para la autora, Goya padeció una auténtica 'enfermedad profesional' en el sentido que hoy se da a este término en la legislación sanitaria y laboral.
Desde luego que Goya manejó grandes cantidades de pinturas tóxicas que se elaboraban en el propio estudio del pintor mediante el molido y la mezcla de los materiales sólidos originales. Hasta puede que, como es costumbre en muchos pintores, sujetara con frecuencia los pinceles entre los dientes durante sus jornadas de trabajo añadiendo así la ingestión de plomo a la inhalación de su polvo. Pero esta enfermedad provoca, además de los dolores intestinales, de las cefaleas, del vértigo o de lesiones auditivas, otras importantísimas manifestaciones como delirios y, sobre todo, parálisis irreversible de los miembros y grave y profundo deterioro mental también definitivo. algo que su obra posterior nos dice a las claras que no padeció el pintor aragonés. El doctor Vallejo-Nágera aduce contra esta teoría del saturnismo otro argumento de peso. Junto a las múltiples facturas que se conservan de la compra y utilización por Goya de esos materiales tóxicos se hallan también los documentos relativos a Pedro Gómez, el individuo encargado durante muchísimos años, y por supuesto los previos a la enfermedad, de molerlos y mezclarlos para don Francisco. Sin embargo, consta que Pedro Gómez gozó de buena salud durante toda su existencia, por lo que se pregunta Vallejo-Nágera: 'Si el material empleado por Goya era tan tóxico, ¿cómo no se envenenó más intensamente el encargado de su molienda, tarea más propensa a los accidentes por inhalación?'
Y aún podemos aventurar, sin apartarnos de las interpretaciones tóxicas, otra posible etiología que sólo es mencionada de paso por los anteriores estudiosos. Me refiero al uso prolongado de la quina al que sin duda se sometió a Goya en alguna si no en todas las fases de su enfermedad. La quina de origen natural en la corteza del árbol de su nombre 'la síntesis química de la quinina no se logró hasta el siglo XX? era utilizada, desde la venida del producto de América en el siglo XVII, como una maravillosa panacea. Si su indicación principal era el control de la fiebre de cualquier etiología, en realidad formaba parte del arsenal terapéutico, muy menguado, disponible todavía en la época de Goya para el tratamiento de otras muchas enfermedades e incluso cuando el mal sufrido por el paciente no encajaba nosológicamente en ningún grupo concreto. No olvidemos, además, que a lo largo de muchos siglos el nombre de fiebre se otorgaba en medicina a cualquier enfermedad que hoy llamaríamos sistémica por afectar a órganos o a 'sistemas' orgánicos muy alejados entre sí y sin una aparente conexión, aunque el signo clínico de la hipertermia no estuviera presente o no lo hiciera de forma descollante en el conjunto sindrómico. La quina está ampliamente demostrado que tiene un notable efecto tóxico sobre las estructuras neurosensoriales del oído y que puede conducir a la sordera total y definitiva. ¿No sería, pues, este medicamento el que, con su yatrogenismo, provocó la sordera en Goya tanto o más que lo pudo hacer la también casi segura intoxicación saturnina? Su extraña enfermedad, con afectación sensorial, visceral y motora, entre otros síntomas y signos que nos son conocidos de ella, bien pudo ser tratada, además de con los benéficos baños de Trillo, con quina dispensada longa mano por los doctores que le asistieron en 1777 y, sobre todo, durante su grave crisis que motivó la estancia en Cádiz.
Una tercera teoría acerca de la enfermedad de Goya es la de que padeció un trastorno mental de tipo esquizofrénico. En el curso del cual, por cierto, no figura entre los síntomas la sordera sino que las alteraciones se circunscriben a la esfera del pensamiento y la conducta. Quienes apoyan esta teoría de la enfermedad esquizofrénica se fijan en el cambio del tipo de pintura que a partir de 1793-94 va a realizar Goya, pasando de la dulzura de los Cartones al dramatismo de las pinturas negras o de los Desastres. Pero es también aquí Vallejo-Nágera, con su autoridad de psiquiatra eminente, quien viene a desbaratar tal teoría. Por un lado dice que la esquizofrenia provoca tan serios trastornos mentales y del pensamiento que difícilmente permitirían al enfermo mantener una labor creativa tan prolongada y eminente como la de Goya. por otro, recuerda que a la vez que pintaba los murales de la Quinta del Sordo hacía retratos de la nobleza y de las personas reales sin poner en ellos una sola pincelada que haga suponer el más mínimo trastorno.
Vallejo-Nágera prefiere dar una interpretación 'vivencial' a la mudanza en los hábitos pictóricos de Goya a partir de la grave enfermedad sin filiar de los años 1792-93. Para él, esa transformación se debe a 'un cambio profundo en sí mismo y en el enfoque de la vida tras una crisis existencial'. 'Lo asombroso no es que Goya, en una constante progresión de libertad y osadía creadora, pinte así [como lo hace después de la enfermedad]. Lo casi inconcebible es que simultáneamente siga haciéndolo también al modo anterior. Una gran parte de su obra última está hecha evidentemente para su propia satisfacción, pero también sigue sabiendo complacer cuando se lo propone, y lo hace con frecuencia.' 'Posiblemente fue útil también la enfermedad de 1793 en anticipar algo que va a ser evidente en Goya: la prisa por crear, en parte derivada de la vivencia de muerte inminente.'
Quedaría por apuntar otra sugerencia sobre la famosa enfermedad goyesca y es la de que se tratase de un brote especialmente intenso 'otros pudieron ser el de 1777 y algunos posteriores de menor cuantía hasta su muerte- de esclerosis múltiple. En esta enfermedad es posible la presentación de todos y cada uno de los síntomas, tanto motores como sensoriales e incluso de depresión reactiva, que hemos ido viendo recogidos a través de las cartas y testimonios de los contemporáneos del artista. Y es una enfermedad que, por lo general y cuando el comienzo sucede antes de los 40 años 'en 1777 Goya tenía 31- no acorta la vida del paciente como lo hubieran hecho a buen seguro tanto la sífilis como el saturnismo crónico con los métodos terapéuticos de la época.
Es muy probable que nunca sepamos en realidad qué fue lo que le sucedió a Goya desde el punto de vista médico. Todas las enfermedades que se le achacan tienen ciertos síntomas comunes y, como ya dije antes, hacer diagnósticos tan retrospectivos es siempre un esfuerzo vano o cuando menos con muchas probabilidades de ser engañoso.