Los alimentos son sinónimo de vida, pero en algunas situaciones, como el embarazo, hay que prestar un especial cuidado a ciertos alimentos que pueden provocar infecciones o intoxicaciones especialmente graves en este estado, ya que pueden poner en peligro la salud de la madre o del bebé. En concreto, existen tres riesgos específicos de enfermedades transmitidas por los alimentos que hay que tener presentes durante el embarazo: toxoplasmosis, listeriosis y la intoxicación por metilmercurio.

Toxoplasmosis

El parásito Toxoplasma Gondii es el responsable de esta infección que, por lo general, no presenta síntomas o son muy leves, como si fuera una gripe. Se trata, por tanto, de una enfermedad banal si no fuera por su capacidad de atravesar la placenta, infectando a casi la mitad de los fetos de las mujeres que contraen la infección. Este parásito se encuentra en carnes crudas o que no están suficientemente cocinadas, jamón serrano, huevos crudos, leche no pasteurizada y frutas y verduras que no se han lavado convenientemente antes de ingerirlas. Además del correcto cocinado, otra medida para evitar la infección es lavarse bien las manos después de tocar cualquier alimento crudo. Por otro lado, estar embarazada y tener un gato como mascota son dos situaciones no del todo compatibles. El problema en sí reside en las heces del animal si éste ha comido carne cruda. En las heces del gato el parásito no muere hasta pasadas dos semanas e incluso puede vivir más de 18 meses si las entierra en la arena. Por esta razón, una mujer embarazada no debe tocar la caja de arena higiénica en la que el gato hace sus necesidades. Si no queda otro remedio, es fundamental lavarse las manos con agua tibia y jabón nada más terminar. El contacto con esa arena puede suponer el comienzo de la enfermedad.

Diagnóstico y tratamiento

El mayor problema reside en aquellos casos en los que la infección se mantiene activa durante el embarazo. El riesgo de trastornos severos en el recién nacido cuando la madre se infecta entre la semana 10 y la 24 de gestación es de un 5-6% mientras que si la infección se contrae al final del embarazo el riesgo disminuye. A causa de este parásito el bebé puede sufrir al nacer numerosos trastornos como alteraciones cerebrovasculares, oculares, cardiacas, hepáticas e incluso sordera, ceguera, retraso mental o parálisis cerebral. Pero también puede ocurrir que a pesar del parásito el niño nazca sano y sin secuelas en el futuro. En todo caso, si se detecta una infección en la madre, se realizará una prueba al feto cuando aún está en el vientre materno que se repetirá nada más nacer. Con ella sólo se sabe si está infectado o no pero no la severidad de los contratiempos por los que pueda pasar. Por ello, los niños con toxoplasmosis congénita han de ser tratados durante el primer año de vida y después realizarse pruebas periódicamente para identificar cualquier problema. Cuanto antes se detecte la infección en la madre mejor, pues un diagnóstico temprano y un tratamiento adecuado puede reducir las probabilidades de que el feto se infecte. En cualquier caso, siga en todo momento las indicaciones de su médico.

Listeriosis

La causa de esta enfermedad es la bacteria Listeria Monocitogenes, que habita en la tierra, el polvo y en el agua y que se puede adquirir a través de los productos crudos, como las frutas y los vegetales que no han sido bien lavados, quesos blandos, leche no pasteurizada o derivados, patés refrigerados y productos para untar a base de carne, pescados y mariscos ahumados refrigerados. Las heces de los animales también son un posible foco de contagio. Para evitar el contagio es necesario cocinar bien la carne, separar las carnes crudas de las verduras, recalentar muy bien las sobras de las comidas hasta que hiervan, lavarse con esmero las manos después de tocar o cortar carne o pescado crudos y mantener limpios los lugares en los que se prepara la comida, los recipientes en los que se guarda y el interior del frigorífico. Una vez que la Listeria Monocitogenes entra en el organismo, no se manifiesta la infección hasta pasadas entre dos y ocho semanas, momento en el que aparecen síntomas similares a los de la gripe: escalofríos, fiebre y dolor muscular, acompañados a veces de náuseas o diarrea, y en ocasiones puede complicarse con una infección sanguínea o meningitis que puede llegar a ser letal. El mayor riesgo no está en la madre sino en el bebé que aún se está gestando en su interior. Si ella está infectada puede que el feto también adquiera la infección y en estos casos desafortunadamente no es un hecho aislado el que haya que lamentar una infección uterina, un parto prematuro o un aborto. Una vez que se sabe que la madre ha contraído la infección la solución para evitar que llegue al feto pasa por iniciar un tratamiento con antibióticos.

Intoxicación con metilmercurio

El metilmercurio es un compuesto químico altamente tóxico, especialmente para mujeres embarazadas, que está presente en mares y ríos contaminados, y que se acomoda en el tejido graso de los peces, principalmente en los depredadores de gran tamaño, como el pez espada y el tiburón. Por ello, este tipo de pescado no debe tomarse durante el embarazo y la lactancia. El metilmercurio se elimina por la orina, las heces y, llegado el caso, por la leche materna pero tan lentamente que es necesario que pasen alrededor de 70 días para que los tejidos y los órganos se liberen tan sólo de la mitad de la cantidad acumulada en ellos. La intoxicación afecta principalmente al cerebro del feto y sus posibles secuelas incluyen parálisis cerebral, problemas de crecimiento, microcefalia (cabeza pequeña), ceguera y sordera. No hay opción de marcha atrás, los daños son irreversibles por lo que la única solución es la prevención: evitar comer cualquier alimento contaminado con metilmercurio. Ni que decir tiene que no se ha de tomar ningún pescado que no cuente con el visto bueno de las autoridades sanitarias, como por ejemplo cualquier pescado capturado por familiares, amigos o conocidos.