Alrededor de 2.000 millones de personas han sido infectadas con el virus de la hepatitis B, de las que 350 millones son portadoras crónicas del virus, que provoca casi un millón de muertes al año, lo que le sitúa entre las diez primeras causas de fallecimiento en el mundo.
Tal y como ha explicado el doctor Sánchez Tapias, consultor senior de Hepatología del Hospital Clínico de Barcelona, "aunque la enfermedad afecta principalmente al hígado, en ocasiones aparecen lesiones en otros órganos". "El principal problema de la enfermedad", continúa señalando, "radica en su cronificación, que tiene lugar de manera silente, sin que aparezcan síntomas clínicos que hagan sospechar la existencia de una infección por el virus de la hepatitis B".
Se estima que en España, puede haber unos 200.000 portadores del virus, la mayoría de los cuales presentan una infección inactiva y de buen pronóstico. Sin embargo, el pasado año sólo se declararon 800 casos. Esto ocurre, según señala el doctor Sánchez Tapias porque "se trata de una enfermedad que frecuentemente pasa desapercibida". "Aproximadamente, continúa el doctor, un 10 por ciento de los donantes de sangre presentan signos de infección pasada por el virus de la hepatitis B y menos del 1 tienen infección crónica. Puede estimarse por tanto que alrededor del 0,5 por ciento de la población española son portadores crónicos".
La baja tasa de diagnóstico en torno a esta patología dificulta su control. En la mayor parte de los casos, según explica este experto, la infección por el virus de la hepatitis B se cura de forma espontánea, bien tras un cuadro de hepatitis aguda ictérica o sin ocasionar síntomas clínicos. En algunas ocasiones, y casi siempre en pacientes asintomáticos, la infección se hace crónica y de esta situación se pueden derivar consecuencias graves como la aparición de cirrosis o cáncer de hígado, aunque, más frecuentemente, las infecciones crónicas también pueden resolverse de forma espontánea. En la hepatitis B el riesgo de desarrollar una infección crónica depende sobre todo de la edad en que se adquirió la infección y del estado inmunitario del sujeto infectado.
Actualmente el tratamiento de la hepatitis B crónica está basado en la administración de dos tipos de medicamentos distintos: inmunomoduladores (como el interferón) y antivirales (como la lamivudina). Los primeros mejoran la enfermedad hepática al actuar sobre el paciente reduciendo la capacidad de las células del hígado para mantener la replicación del virus, y al estimular la respuesta inmune específica. Por su parte, los antivirales actúan directamente frente al virus interfiriendo en su replicación. Entre estos últimos destaca la lamivudina, un potente inhibidor de la multiplicación viral. Sin embargo, el virus B es capaz de desarrollar ciertas mutaciones que le confieren resistencia frente a este fármaco.
Por este motivo, los expertos afirman que sería necesario disponer de nuevas opciones farmacológicas capaces de controlar la replicación de las cepas mutantes y resistentes del virus que pudieran ser empleadas en pacientes resistentes a lamivudina. En los próximos meses, se dispondrá en España de un nuevo fármaco que supone un considerable avance en el tratamiento de la hepatitis B. Se trata de adefovir dipivoxil, un análogo de los nucléotidos diseñado para bloquear la acción de la enzima implicada en la replicación del virus, con lo que impide que el virus pueda reproducirse. "Cabe destacar, además, su fácil administración por vía oral, su buena tolerancia en general y la clara mejoría de las lesiones hepáticas que induce", señala el doctor.