Las cicatrices forman parte del proceso natural de curación y son la forma en que el cuerpo reemplaza la piel pérdida o dañada. Después de sufrir una herida por un accidente, una quemadura o una intervención quirúrgica, la piel empieza un proceso de recuperación delicado. De cómo se desarrolle esta etapa dependerán las características de la cicatriz. Cuanto mayor sea el daño y más lenta la curación, más son las posibilidades de una cicatriz evidente.
En condiciones normales, hay un recambio continuo de la epidermis que puede verse interrumpido por una lesión (abrasión, quemadura, etc.). En las abrasiones (por ejemplo, cuando un niño se raspa las rodillas al caerse), la lesión causa una eliminación de células superficiales de la epidermis sobre la zona dañada. En estos casos, los márgenes de la herida suelen ser superficiales mientras que la parte central penetra en la dermis. Inmediatamente, gracias a la coagulación, se forma un tapón de sangre que evoluciona a costra y comienza el proceso reparador.
En las quemaduras, la epidermis muerta permanece en la herida. Si son superficiales, habrá sólo enrojecimiento, pero cuando aparecen ampollas, el daño es más profundo (ha llegado a la dermis), habrá más dolor y el riesgo de que se forme una cicatriz será mayor.
Evolución
Cuando la costra cae se observa una cicatriz roja, e incluso un poco abultada, que con el tiempo se aclara y aplana. Este proceso suele durar de 3 a 6 meses, aunque la remodelación del colágeno (que forma parte de la dermis) puede durar años. Generalmente, la cicatriz no es tan resistente como el tejido al que sustituye.
La visibilidad de una cicatriz depende de muchos factores: color, textura, profundidad, longitud, anchura o dirección, sin olvidar la edad de la persona y la zona del cuerpo donde se produjo la lesión. Por ejemplo, aunque la piel joven tiende a provocar cicatrices más gruesas que la piel de los ancianos, las personas de edad avanzada suelen tener un peor proceso de cicatrización. En cuanto a la localización, hay zonas con más riesgo de cicatrices anormales como son los hombros, el tórax anterior o la región submandibular, o aquellas que sufren problemas de circulación (piernas, pies).
Lo que sí es evidente es que los cuidados recibidos durante la etapa de regeneración de una herida influyen de manera decisiva en el aspecto que la futura cicatriz adopte.
Es importante que, si sabemos que tenemos mala cicatrización, se lo advirtamos al médico para que éste nos aconseje cómo evitar una cicatrización incorrecta. Normalmente esta prevención se realiza con tratamientos en forma de pomadas, lociones o sprays que ayudan a conseguir una buena cicatrización. Algunos de estos productos incorporan antibiótico para evitar que la herida se infecte e, incluso, un componente anestésico para mitigar el dolor. El farmacéutico puede asesorarle al respecto.