Los hombres de ciencia y los filósofos del Renacimiento, aquellos que cambiaron el modo de mirar la naturaleza que nos rodea y las inquietudes de nuestro raciocinio y nuestro espíritu. aquellos que abrieron unos ventanales por los que todavía nos llega la luz al pensamiento de quienes vivimos quinientos años después, hicieron una maravillosa profesión de humildad que debe obligarnos a recapacitar. Una de sus frases más sentidas, más sinceras, era la siguiente:
'Nosotros vemos más lejos que nuestros predecesores, pero sólo porque somos enanos subidos a los hombros de unos gigantes'. Con estas palabras reconocían que tenían contraída una deuda impagable hacia los que antes que ellos habían transitado los mismos caminos de inquietud intelectual. Los gigantes sobre cuyos hombros se aupaban para ver un horizonte tan sugestivo como infinito eran los autores clásicos y medievales de todas las disciplinas del saber. sólo desde esa atalaya les era posible atisbar el nuevo entorno que se abría ante sus ojos.
Nosotros, los hombres y mujeres que en el tránsito de milenio dedicamos toda o la mayor parte de nuestra actividad a la ciencia o a alguna de sus aplicaciones prácticas ¿seríamos capaces de entonar una loa semejante a quienes nos han precedido? Casi todos nos creemos gigantes. Y, sin embargo, no es así. La ciencia, la ciencia médica en nuestro caso, no es sino un camino inacabado e inacabable jalonado de hitos que nos han de servir de referencia.
En el caso de la Pediatría, una de esas piedras miliares es el libro Methodo y orden de curar las enfermedades de los niños del doctor Gerónimo Soriano, publicado el año 1600. Gerónimo Soriano fue un hombre de su tiempo, renacentista en lo que esto significa de buceador en las fuentes del clasicismo pero sólo para extraer de ellas lo perdurable y sobre esa base levantar los cimientos y todo el edificio de un nuevo saber o, por mejor decirlo, de un nuevo entender.
El Renacimiento español, además, gozó de unas características que lo diferencian del que coetáneamente se desarrollaba en el resto de Europa. En primer lugar, fue más prolongado en el tiempo 'y esto lo podemos apreciar tanto en la ciencia como en la filosofía o en el arte-, lo que le permitió adquirir una mayor solidez ante de ser arrebatado por los excesos del sucesivo movimiento barroco. En España se maduraron más el pensamiento y las formas de hacer de los clásicos y también de los medievales y se tuvo tiempo de pulir las aristas que aquéllos mostraban sin romper con brusquedad sus piedras angulares. En segundo lugar, esa época coincidió con la que iba a presenciar la elevación de España hasta el protagonismo político, social, y por ende cultural, en el viejo continente y su proyección sin solución de continuidad hacia un universo virgen en todos los sentidos como era el nuevo mundo transatlántico. Lo que los españoles hicieran entonces iba a representar el patrón europeo, y en América el germen de una sociedad neonata. Y en tercer lugar, pero no en el último, puesto que de él nacen, sin duda alguna, los otros factores, la coexistencia durante los siglos, que no el siglo, de Oro españoles de una pléyade de extraordinarios personajes en todos los campos de la actividad humana como pocas veces se ha dado a lo largo de la historia de los pueblos.
Nuestro autor, pues, se mueve en este campo abonado y a él se aferra para desarrollar su labor como médico, nutriéndose de ese humus y dando unos frutos magníficos. Sin embargo, es muy poco lo que sabemos seguro de su biografía. Natural de Teruel, ciudad en la que luego ejercería casi toda su vida profesional, estudió o amplió estudios en Valencia y publicó esta obra fundamental en Zaragoza, todas ellas ciudades del entonces reino de Aragón. El libro, a la usanza de la época, está dirigido, esto es, dedicado y puesto bajo la protección y el mecenazgo del Muy Ilustre Señor Gaspar Pedro, 'caballero nobilísimo habitante de dicha ciudad [Teruel].' En esa dedicatoria, y por mano del propio autor, podemos encontrar los motivos que le indujeron a su publicación: '...y deseando alcanzar amigos, y nombre, he determinado condescender con las persuasiones de algunos, que con las cartas me han solicitado que sacase a la luz este tratadillo del Método de curar las enfermedades de los niños. De suerte que me arrojo y aventuro a obedecerles, para obligarles a que no me nieguen su amistad: también para que mi nombre y crédito pase adelante.'
He destacado intencionadamente estas palabras para que se vea que aun en el ánimo de quien durante toda su vida hizo gala de humildad, cabe un ápice de deseo de perpetuar su nombre. algo connatural en cualquiera que realiza un trabajo que sabe importante y más si es innovador. De todas formas, contrasta este texto con la frecuente impudicia con la que muchos de nuestros contemporáneos se califican a sí mismos de genios.
Poco más es lo que se conoce con certeza de la vida y la obra de Gerónimo Soriano. Sí nos consta que en el año 1595 había publicado en Madrid otra obra titulada Libro de experimentos médicos, fáciles y verdaderos, recopilados de varios autores que dirige en este caso nada menos que a los santos mártires y curadores san Cosme y san Damián. Este libro es, como ya se anuncia en su mismo título, un centón en el que se recogen conocimientos de otros autores, pero reúne dos características que lo singularizan. La primera es que está escrito en lengua vulgar castellana y no en latín como se acostumbraba hasta entonces para los textos médicos. y el autor razona esta decisión, que sabe va a ser discutida por los letrados de su época, trayendo a colación el argumento de que otros grandes médicos y divulgadores hicieron antes lo mismo en sus respectivos idiomas: Galeno, Vuecherio, Tiraranto, Leonardo, Falopio, etc. Se trata, pues, de una de las primeras obras científicas escritas en nuestro idioma, un idioma ya riquísimo como en el mismo tiempo estaban demostrando los creadores de nuestra mejor literatura con Cervantes a la cabeza de todos ellos. La segunda de las características que me interesa destacar en estos Experimentos es su confesada vocación de ser una obra útil no sólo a los médicos sino a personas ajenas a la profesión de esta ciencia. un libro, por lo tanto, eminentemente práctico y divulgador. Estas son las palabras del autor en su prólogo: 'El médico que de ello se quiera aprovechar, si fuera docto, hallará que están compuestos con arte y método y alcanzará la ocasión y tiempo para haberse de valer y aprovechar de ellos. Los que no fuesen médicos, si la necesidad fuere tal y lo pidiese, podrán ponerlos por obra. Advierto, empero, como cristiano, aconsejo que, si oportunidad hubiese, tomen parecer de médico docto y cristiano, para que, con mayor seguridad y oportunidad mejor, se aproveche de los experimentos (...)'. Es decir, nos encontramos ante algo así como un manual de primeros auxilios pero riguroso en cuanto al origen y la exposición de los remedios en él expresados.
Lo demás que conocemos de la trayectoria vital de Soriano entra de lleno en el campo del panegírico y no tiene base documental aunque no por ello, según creo, deba omitirse cuando tratamos de hacernos una idea de la personalidad de nuestro autor. En la edición que de esta obra Methodo y orden de curar las enfermedades de los niños hizo la Real Academia de Medicina en 1929 se incluyen unas notas del doctor Miguel Granell, contemporáneo casi de Soriano, en las que se refieren algunos datos de esa opinión que era generalizada en el reino aragonés a los pocos años del fallecimiento de nuestro médico. Dice que en la ciudad de Teruel se le conocía como Señor san Jerónimo por la bondad de su carácter y la misericordia que mostraba en su quehacer médico. De joven ya había demostrado sus cualidades intelectuales y su amor por los niños, por lo que se fijó en él un rico y noble turolense 'quizá aquel don Gaspar Pedro al que años después dedicará su obra- que le pagó los estudios de médico.
Nada más obtener su licenciatura en Cirugía Mayor se instaló en Teruel y abrió una consulta gratuita para niños y fundó un pequeño y humilde hospital para los niños que precisaran mayores cuidados o no tuvieran quien les atendiera en sus domicilios. El doctor Granell, recoge testimonios de habitantes de Teruel y de su alfoz que demuestran aquellas cualidades de Soriano: su permanente dedicación a la infancia enferma. su desprendimiento de intereses económicos, algo muy llamativo en un médico para la mentalidad social de su época. la aplicación de remedios innovadores como algunos de los que luego hemos de citar. su lucha contra el curanderismo que en el medio rural, pero también en el urbano, de aquellos siglos se ocupaba en la mayor parte de la atención a los enfermos, tanto por la carencia de médicos fuera de las grandes ciudades como por la imposibilidad de la mayoría de los pacientes para pagar los altos honorarios que los pocos existentes les exigían.
Si repasamos las descripciones que los literatos de entonces, notarios fieles de su tiempo, hacen de los médicos, casi siempre despectivas cuando no burlonas o decididamente sarcásticas, no pueden dejar de extrañarnos, y de estimular nuestra admiración, estos relatos sobre un médico que, además, estaba cambiando radicalmente muchos de los conceptos preexistentes de nuestra profesión y, desde luego, de su interés por el niño enfermo.
Y aquí entramos en el aspecto más destacado de Gerónimo Soriano. El profesor Sánchez Granjel no duda en afirmar que la Pediatría alcanza su definitiva constitución como saber médico independiente en la obra de Soriano y concretamente en su Methodo.
Con la llegada del Renacimiento a España, Pedro Díaz de Toledo, Luis Lobera de Avila y Luis Mercado publican algunas obras médicas con referencias a enfermedades infantiles, aunque apenas son repetición de los conocimientos ya explicados por autores extranjeros y siguen haciendo referencia al niño como un individuo secundario dentro de la sociedad. Y sobre todo, en 1600 aparece el Methodo y orden de curar las enfermedades de los niños de Gerónimo Soriano.
Pocos años después de la primera edición del Methodo se editarán en España otras obras también importantes ya con claro y definido matiz pediátrico. Son sus autores Cristóbal Pérez Herrera, Francisco Pérez Cascales, Juan Gallego Benítez de la Serna, médico de cámara de Felipe III, y Juan Gutiérrez de Godoy, autor este último del sugestivo título Tres discursos para probar que están obligadas a criar sus hijos a sus pechos todas las madres, quando tienen buena salud, cuestión que vuelve a estar de actualidad.
La obra Methodo y orden de curar las enfermedades de los niños de Gerónimo Soriano aporta al lector, junto con divertidas y hasta espeluznantes actitudes terapéuticas que hoy repugnarían la conciencia de cualquier pediatra, muchos hallazgos verdaderamente novedosos para su época que han seguido siendo utilizados con eficacia hasta la nuestra. No es caso de revelar ahora todos éstos, pues eso queda para la sosegada lectura que del texto pueda hacer cada uno 'y muchos fueron recogidos en mi artículo La medicina infantil hasta el Renacimiento, publicado en El Médico nº 710, 10-16 de abril de 1999'), pero no me resisto a citar algunas de las aportaciones de Soriano que mayor vigencia tienen en la práctica pediátrica.
En el tratamiento de las cámaras, o sea, de la diarrea, establece como pauta esencial el ayuno durante varias horas, la supresión de la leche 'para que no cuaje en el estómago' y la administración de líquidos azucarados. Pone en acertada relación la existencia en el niño pequeño de 'costra láctea' en el cuero cabelludo con el posterior desarrollo de eczemas. Para las llagas de la mucosa de la boca recomienda bebidas frías que producen un cierto grado de anestesia local, así como las unciones de esa mucosa con miel. Distingue perfectamente distintos tipos de convulsiones y el diferente pronóstico de cada una: gota coral -convulsiones febriles-, pasmo 'espasmos del sollozo-, tetania, epilepsia y convulsiones en el curso de una meningitis. En cuanto a la epilepsia, tenida durante siglos por un 'mal sagrado', Soriano intuye que en su origen hay factores familiares hereditarios. Ante los casos de fiebre recomienda desabrigar al niño y bañarlo en agua tibia. Señala con exactitud las causas del ronquido y la dificultad respiratoria durante el sueño debidas a obstrucciones nasofaríngeas. Y un largo etcétera que irá descubriendo de sorpresa en sorpresa el lector.
Pero, al margen de lo puramente científico que contiene esta asombrosa obra de Soriano, hay un aspecto que me gustaría destacar. Me refiero al estilo literario que la impregna, a la magnífica preceptiva lingüística de la que hace gala de principio a fin. La literatura científica actual, la que escribimos y publicamos los médicos de hoy, adolece de monotonía, de exceso de cientificismo en detrimento del cuidado hacia el estilo en que tales conocimientos especiales pueden y deberían ser expuestos al lector. Que nadie piense que el hacer buen uso del lenguaje va en desdoro del meollo que se quiere transmitir. Y no se trata sólo de que con un lenguaje correcto las cosas, aun las más arduas, se entiendan mejor. también debemos rendir homenaje a nuestro idioma cuidando su redacción. Es absurdo que por un prurito de 'internacionalismo' recortemos hasta límites próximos al analfabetismo funcional esa faceta que forma parte del bagaje cultural exigible a cualquier persona que ha alcanzado un elevado nivel universitario como es el caso de los médicos. Muchas comunicaciones escritas y orales exhiben una pobreza idiomática que más parecen escritas por un impersonal lenguaje informático que por individuos de cultura.
Nadie dudará del alto nivel que poseen los trabajos científicos de Ferrán, Ramón y Cajal, Marañón, Rof Carballo o Laín Entralgo, por citar sólo algunos ejemplos de ámbito español en los últimos cien años. y quien los lea podrá adquirir los conocimientos que en ellos se exponen a la vez que disfrutar de un lenguaje atractivo. Bien es cierto que de este vicio padecen todas las ciencias, aquí y fuera de nuestras fronteras, y que en los planes de estudio de las universidades se olvida programar unas horas lectivas al muy necesario ejercicio de aprender a expresarse y a redactar. No hay tiempo, se dice, en los apretados curricula, pero quizá lo que falte es el interés en el profesorado y la afición entre los alumnos.
Si algo llena hoy las publicaciones médicas son los trabajos que se refieren al aparentemente nuevo concepto de la 'medicina basada en la evidencia'. Nuevo sólo en su terminología puesto que su presencia en el quehacer médico ha sido constante de un modo u otro en toda la historia. Lo que hoy son los datos obtenidos de macroestadísticas y metaanálisis y que se toman como parámetros para valorar las desviaciones en la forma de actuar, lo fueron antes los patrones dictados por los grandes médicos de la Antigüedad clásica o los que poco a poco fueron haciendo de la medicina una ciencia positiva sujeta, podríamos decir, a peso y medida.
En la obra de Soriano a esto se le denomina schollia. la continua referencia a esas normas tenidas por canónicas no falta en ninguno de los capítulos de este libro. Pero Soriano se permite, como lo harían los médicos de todos los tiempos hasta quizá este nuestro, la licencia de improvisar de acuerdo con su propia y personalísima experiencia, aun cuando eso suponga discrepar de aquel magisterio.
Es, por otra parte, lo que ha definido siempre al buen médico frente al rutinario o al excesivamente apegado a las teorías aprendidas en los libros y manuales. Tengamos en cuenta que el enfermo no acude a contar sus problemas y a ser atendido por 'la ciencia médica' sino por este o aquel médico individualizado, deseando convertirlo en su médico, aunque las circustancias asistenciales no favorezcan por lo general el establecimiento de esta relación.
Y su médico debe saber todo lo que se pueda saber, pero asimismo debe ser capaz de marcar una impronta personal a su actuación sobre el hombre 'también persona individual, no dato estadístico- que se le acerca.
Entre las muchas cualidades que encontramos en la obra de Gerónimo Soriano no es la menor ésta de romper esquemas preestablecidos y aceptados sin reserva mental alguna por sus coetáneos. El libro está lleno de pequeños detalles en los que el médico turolense se deja llevar por su personal forma de entender las características del niño enfermo, y nos advierte que aun cuando los más sabios doctores dictan un tratamiento, él recomienda otro igualmente eficaz, a veces algo menos, pero que, por ejemplo, molestará en menor medida al pequeño paciente. Son detalles entrañables que nos presentan a un médico con toda la ciencia de su tiempo en la cabeza pero con ese toque de humanidad que fue ensalzado por quienes le conocieron y por muchos de los que ahora lo vemos como por trasparencia a través de sus escritos.
La medicina pediátrica posterior a Soriano, liberada ya del anclaje esclavizador a las otras ramas médicas, no hizo desde entonces sino avanzar a pasos cada vez más agigantados hasta llegar a lo que hoy conocemos y practicamos como una medicina absolutamente distinta a cualquier otra especialidad. La Pediatría es hoy, en efecto, una medicina que, recogiendo y asimilando cuantos avances se producen en la ciencia biológica aplicada al diagnóstico, prevención y tratamiento de la enfermedad humana, discurre por caminos muy particulares y no únicamente por la forma de aplicar esos conocimientos, sino sobre todo por el reconocimiento y la exigencia que supone el tratar con unos pacientes sumamente especiales: los niños, con su modo de enfermar, su particular vivencia de la enfermedad, y todo el mundo tan distinto que se desenvuelve detrás de esos ojos que nos miran como no lo hará nunca ningún otro paciente, con sorpresa, con ingenua interrogación y transmitiéndonos a través de su mirada siempre directa, siempre fija en nuestros propios ojos, un hálito de inocencia y un vendaval de esperanza.