Si bien son muchas las personas

que reciben de manera

positiva esta época del

año, no son menos las que,

con la llegada de la primavera,

sienten un mayor cansancio

(astenia o fatiga) del habitual,

se encuentran sin fuerzas para

comenzar el día e incluso con

un estado anímico muy bajo.

Estas personas sufren lo que se

conoce como astenia primaveral,

un trastorno leve y pasajero

que se produce cuando

nuestro cuerpo no consigue

adaptarse de forma adecuada

a los cambios que conlleva la

nueva estación. Esta mala o

lenta adaptación se manifiesta

en una sensación de debilidad

y falta de vitalidad generalizada,

que suele durar unos días

o semanas.

Se estima que este trastorno

afecta a una de cada diez

personas con la llegada del

buen tiempo, con mayor incidencia

en mujeres de edades

comprendidas entre los 35 y

60 años. Es de carácter leve,

da lugar a síntomas poco alarmantes

y de corta duración,

remitiendo normalmente al

cabo de unos días sin precisar

tratamiento alguno. En el caso

de no desaparecer en pocas

semanas, lo más conveniente

es acudir al médico para obtener

un diagnóstico preciso.

Existen dos tipos de astenia

primaveral: de origen físico,

que se suele manifestar a través

de cansancio y debilitamiento

corporal, y de origen nervioso

que se caracteriza porque la

persona muestra un especial

cansancio a la hora de realizar

alguna actividad mental.

En algunos casos, la fatiga

primaveral se ve acentuada en

personas que padecen cuadros

de ansiedad, depresión nerviosa,

estrés o están sometidas a

un gran esfuerzo físico o emocional.

Una alimentación inadecuada

también puede conducir

a estados de fatiga o potenciar

la fatiga ya existente.

Proceso de adaptación

La llegada de la primavera

comporta una serie de cambios

climáticos: aumento de la intensidad

lumínica, subida de

las temperaturas, incremento

de las horas de sol, variaciones

en los niveles de humedad y

presión atmosférica, que en

muchos países van acompañados

de cambios horarios. Todos

estos factores alteran nuestros

ritmos circadianos, los ciclos o

biorritmos que tenemos todos

los seres vivos y que preparan

nuestro organismo para el comienzo

del día y de la noche.

Dado que el cerebro es

muy sensible a las variaciones

climáticas y horarias, todas las

personas acusamos estos cambios,

aunque de distinto modo;

mientras algunas los asimilan

con facilidad y rapidez,

otras sufren un proceso de

adaptación más lento o difícil,

que se convierte en una astenia

cuando se manifiesta en

un grado leve y puede llegar a

una depresión cuando la gravedad

es mayor.