Navegando en Internet basta con pedir información sobre la eutanasia
para obtener toda una panoplia de contactos y recursos, en Europa y
fuera del Viejo Continente, incluyendo ofertas de grupos como el suizo
«Dignitas». No cabe duda de que se trata de un asunto que tiende a
banalizarse en las sociedades modernas. Hasta algunos médicos que
quisieron permanecer en el anonimato y que han intervenido en casos
de eutanasia legal en Bélgica reconocen que no son partidarios de
convertir la muerte de un ser humano en un espectáculo público, como
sucederá con la transmisión del fallecimiento de Reginald Crew a través
de una cadena de televisión británica, según recoge el diario ABC.
De hecho, en Bélgica, uno de los dos países europeos junto a Holanda
en el que esta posibilidad está recogida y regulada legalmente, la
Comisión de Control y Evaluación que está encargada de supervisar su
aplicación, no conoce nunca los nombres de los pacientes que la han
solicitado, salvo que exista la sospecha de que haya algún delito
relaciinado y se abra una investigación judicial. Sin embargo, la ley
aprobada en septiembre pasado en este país no excluye abiertamente
que se aplique la eutanasia a cualquier persona de la UE que lo solicite,
como si fuera un «servicio» más de intercambio de la Seguridad Social,
siempre que lleve al menos un mes en manos de un médico belga que
acepte aplicarla.
Sufrimiento insoportable
La legislación belga, según explica Teresa Dewir, del Ministerio de
Sanidad, incluye incluso la posibilidad extrema de que alguien quiera
terminar con su vida a causa de «un sufrimiento psíquico insoportable»,
pero tiene que contar siempre con el visto bueno de un médico. También
son los médicos los que deben aplicar la dosis letal de barbitúricos que
pone fin a la vida de esa persona, aunque mantienen el derecho a
negarse a hacerlo por razones éticas. Los más famosos defensores de
la eutanasia, como el doctor norteamericano Jack Kevorkian -condenado
a prisión por asesinato en segundo grado después de haber ayudado a
suicidarse a más de un centenar de enfermos terminales- hablan de la
«muerte dulce» y de un derecho para humanizar el final de la vida de
personas que están sufriendo. El Papa Juan pablo II contestaba estos
argumentos el pasado 13 de enero en su discurso anual ante el cuerpo
diplomático, diciendo que su misión es «evitar que pueblos enteros, la
humanidad entera, caigan en el abismo». Juan Pablo II pidió «respeto a
la vida ante todo» porque «el aborto, la eutanasia o la clonación corren el
riesgo de reducir a la persona humana a la condición de simple objeto».
La Congregación de la Doctrina de la Fe, el organismo vaticano
encargado de fijar las orientaciones morales del catolicismo, publicó la
semana pasada un documento dirigido a los responsables políticos que
se reconocen como católicos en el que vuelve a insistir en oponerse
frontalmente a la eutanasia, tanto como al «encarnizamiento
terapéutico», o el empeño inútil en mantener con vida por medios
extraordinarios a enfermos graves y sin solución conocida.
Pero ¿qué hacer en el caso del sacerdote suizo que en el año 2000 fue
juzgado por haber facilitado el veneno con el que un ciudadano alemán
que deseaba morir pudo acabar con su vida? El caso sacó a relucir que
en este país la eutanasia sigue siendo un tabú que hasta sus más
fervientes defensores reconocen que tiene su origen en la conexión
involuntaria que se hace entre este tipo de muerte y las horrendas e
inhumanas prácticas de la era de los nazis. En un país donde la
eutanasia es legal como en Bélgica, las personas que deseen poner fin
a su vida deben rellenar un formulario de ocho páginas y cumplir las
siguientes condiciones: ser mayor de edad, ser mentalmente capaz y
estar consciente, solicitarlo voluntaria, reflexiva y reiteradamente y
encontrarse en una situación medica irremediable, con sufrimientos
físicos y psíquicos insoportables.
Puertas abiertas
Algunos expertos han llamado la atención sobre las puertas que deja
abiertas la expresión de sufrimientos psíquicos, puesto que en Holanda,
el primer paìs en aprobar una ley sobre el tema, la entonces ministra de
Sanidad, Els Borst, declaró hace año y medio que no le parecía mal que
«una persona de edad muy avanzada y cansada de la vida», pudiera
suicidarse sin más ceremonias que tomar una píldora en el momento de
irse a dormir.