En España se registran cada año alrededor de 6.000 nuevos casos de linfoma, uno de los tipos de cáncer que afecta a la sangre y cuya incidencia está creciendo a un ritmo del 4% anual, además de ser el tercero en frecuencia entre los niños. No obstante, se le considera un gran desconocido ya que, según los especialistas, las tres cuartas partes de la población no sabe que el linfoma es un tipo de cáncer y sólo un 16% de los españoles conoce la enfermedad. No deja de ser éste un dato sorprendente, habida cuenta de que desde hace ya tiempo los expertos vienen advirtiendo de que el linfoma puede convertirse en la tercera causa de muerte por cáncer en el mundo, tras el de pulmón y el melanoma. En España, concretamente, los linfomas se sitúan en el quinto lugar de frecuencia de cánceres, superado por los de mama, pulmón, colon y próstata. El linfoma surge cuando, por causas desconocidas, se produce una proliferación maligna de linfocitos, que es el nombre que reciben los glóbulos blancos implicados en el sistema de defensa del organismo contra los virus y bacterias que causan las infecciones; de hecho se sabe que las personas con un déficit en la inmunidad presentan un riesgo mayor de sufrirlo. Los linfomas no se heredan genéticamente, pueden presentarse a cualquier edad y afectan por igual tanto a hombres como a mujeres.

Tipos
Los linfocitos, sean o no cancerosos, se encuentran, además de en la sangre, en muchas partes del organismo, como los ganglios linfáticos, el bazo, la médula ósea u otros órganos. Existen muchos tipos de linfomas, alrededor de 30, aunque básicamente se dividen en dos grandes categorías: linfomas de Hodgkin (cinco) y No-Hodgkin (los restantes 25), así llamados en honor a Thomas Hodgkin, el primero en describir la enfermedad, en 1832. Según indica la Asociación Española de Afectados por Linfoma (AEAL), en el caso del linfoma de Hodgkin se ven afectados principalmente los ganglios cervicales o los situados por encima de las clavículas. Este tipo de cáncer se presenta con dos picos de incidencia: en adultos jóvenes y en personas mayores, y es el que ofrece más posibilidades de curación: del 75 al 95% de las personas diagnosticadas en una fase precoz se recuperan. En el linfoma No Hodgkin, en cambio, se ven afectados preferentemente los ganglios linfáticos por encima y por debajo del diafragma (cuello, axilas o ingles). Este tipo de cáncer sanguíneo es el más frecuente y suele afectar mayoritariamente a personas con edades comprendidas entre los 45 y 60 años. Se clasifica a su vez en agresivo, así denominado porque se multiplica de forma más rápida, e indolente, que evoluciona de forma más lenta, lo que hace que su diagnóstico inicial sea más difícil.
Difícil diagnóstico
De acuerdo con AEAL, el linfoma puede ser difícil de diagnosticar debido a que muchos de sus síntomas suelen confundirse con los de enfermedades comunes como la gripe u otras infecciones virales. El signo físico más característico de un linfoma es el agrandamiento no doloroso de los ganglios periféricos. De ahí la importancia de acudir al médico ante cualquier inflamación de los ganglios linfáticos y/o presencia de algunos de los otros síntomas que persistan más de una semana (ver recuadro). Ante la sospecha de un linfoma es absolutamente necesario realizar una biopsia; esto permite no solo el diagnóstico de linfoma, sino también la variedad del mismo y establecer el pronóstico y el tratamiento más adecuado. El médico realizará las siguientes pruebas: – Realización de una historia clínica y una exploración médica. – Análisis de sangre para conocer el grado de afectación de las células de la sangre y la del resto del organismo. Dentro de los análisis de sangre es importante el nivel de lactato deshidrogenasa (LDH) y la velocidad de sedimentación (VSG), que orientan sobre la agresividad del linfoma. En ocasiones, además es necesario analizar el líquido cefalorraquídeo mediante una punción en la zona lumbar. – Biopsia de ganglios linfáticos: se toma una muestra del ganglio para analizarlo al microscopio y determinar el tipo de linfoma. – Aspirado y biopsia de médula ósea. Consiste en extraer un trocito del interior de hueso (generalmente el esternón o la cadera) para analizar la médula ósea. – Además se realizan pruebas radiológicas (por ejemplo escáner o tomografías, radiografías, gammagrafia con Galio) para conocer la extensión de la enfermedad.
Síntomas engañosos
Los síntomas reseñados en el recuadro no son necesariamente indicio de linfoma, y así lo recalca AEAL, pues la mayoría de las personas que los presentan no se ven afectados por esta enfermedad. Sin embargo, cuando hay presencia de linfoma estos síntomas persisten en el tiempo y no pueden ser explicados como resultado de una infección u otra enfermedad. Si es así, es importante acudir al médico lo antes posible, ya que el tratamiento precoz influye en gran medida en el tratamiento y sus resultados. Los pacientes diagnosticados y tratados en las primeras fases de un linfoma No Hodgkin agresivo tienen una mayor probabilidad de curarse y de no sufrir posteriores recaídas, mientras que los aquejados con un No Hodgkin indolente pueden vivir muchos años con la enfermedad, sin que los tratamientos convencionales puedan curarlo.

Los nuevos tratamientos
Si bien su causa sigue sin conocerse, las últimas investigaciones se centran en algunos aspectos que podrían contribuir en su aparición, como factores genéticos, alteraciones del sistema inmunológico y virus, como el VIH (virus de la inmunodeficiencia humana). Actualmente, la aparición de tratamientos innovadores, como los anticuerpos monoclonales e incluso las vacunas desarrolladas a partir del propio enfermo, abren una nueva vía de esperanza en la curación de estos pacientes. Los anticuerpos monoclonales son sustancias producidas en laboratorio que se unen a una diana específica de la célula cancerosa activando el sistema de defensa del cuerpo para que ataque y destruya la célula tumoral. Los anticuerpos monoclonales pueden emplearse como tratamiento único o combinado con quimioterapia.
Seguimiento y revisiones
Una vez que se alcanza la remisión de la enfermedad, es muy importante la realización de un seguimiento adecuado. Para ello es necesario realizar revisiones periódicas, en las que se incluyen la entrevista con el médico, la exploración médica y la realización de análisis sanguíneos (para determinar los niveles en sangre de los marcadores tumorales) y pruebas de imagen (como por ejemplo radiografía simple de tórax o la Tomografía Axial Computerizada -TAC).