¿Está España preparada para hacer frente a un ataque terrorista con armas químicas o biológicas? La compra por parte del Gobierno español de dos millones de vacunas contra la viruela plantea múltiples interrogantes. El vicepresidente Mariano Rajoy aseguró hace unos días que no hay nada que temer, que se trata sólo de una medida preventiva. Pero, entonces, ¿por qué se adquieren antídotos contra esta enfermedad y no contra otras? ¿Debemos vacunarnos todos?, informa el diario EL CORREO DIGITAL.
La Organización Mundial de la Salud dio por erradicada la enfermedad, una de las infecciones más serias, mortales y contagiosas que han existido, en 1980. Ya habían transcurrido para entonces veinte años desde que en España no se registraba ni un solo caso. En la actualidad, las únicas cepas que oficialmente existen del virus se conservan bajo estrictas medidas de seguridad en dos lugares del mundo: en el Centro para el Control y la Prevención de Atlanta, situado en Georgia (EE UU); y en el Centro de Investigación de Virología y Biotecnología Koltsovo, en la región rusa de Novosibirsk.
Carrera armamentista
La pregunta es: ¿quién asegura que esas dos instituciones son las únicas en el mundo que poseen cepas del virus? «Nadie. Los tratados firmados en la época de Nixon para la destrucción de todas las armas biológicas fueron sólo declaraciones de buenas intenciones. Desde los años sesenta, todos los países han seguido adelante con la carrera armamentística. Los estados ricos han desarrollado armas nucleares y los pobres, químicas y biológicas», resume José Antonio Oteo, jefe del servicio de Medicina Interna y Enfermedades Infecciosas del Hospital de La Rioja y co-autor del reciente informe 'El uso de los agentes biológicos como amenaza terrorista', publicado en el 'Boletín Epidemiológico'.
El virus de la variola, como también se conoce a la enfermedad, resulta altamente destructivo. Históricamente, la muerte alcanzaba a un 30% de los afectados. Su único tratamiento era la vacuna. Las formas más agresivas de la infección se manifestaban con fiebres y sarpullidos, que acababan por convertirse en altas pústulas, generalmente redondas y firmes al tacto. Los afectados las definían como «balines incrustados en la piel».
Las lesiones terminaban siendo costras, que al caerse dejaban en el rostro pequeñas cicatrices en forma de hoyuelos, marca ineludible de la infección. «Te dejaba marcado como un monstruo para siempre. Por eso, la temían hasta los reyes; y en el sudeste asiático la llamaban la diosa viruela», resume el científico Rafael Nájera, jefe de Patología Vírica del Instituto de Salud Carlos III.
Su alta capacidad para transformarse en muy poco tiempo en una auténtica peste la convierte, según este virólogo, en una «candidata perfecta a posible arma biológica». De hecho, cuando la enfermedad se erradicó, se calculaba que sólo un afectado podía contagiar a otras cinco personas. Hoy, la situación ha cambiado. Después de treinta años sin programas de vacunación, se estima que cada infectado puede contaminar, de media, a otros veinte.
Las razones para la compra de dos millones de vacunas son, sin embargo, otras muy distintas. «Se hace por coherencia», argumenta el especialista riojano. Hasta el pasado viernes, según José Antonio Oteo, España era el único país de la Unión Europea que no conservaba ni una sola dosis del antídoto. Y era un error porque la viruela no es la única arma bacteriológica, pero sí la más fácil de controlar, porque existe una vacuna.
Vacunación masiva
Los expertos sostienen que el contagio, aunque también puede darse por el aire, requiere un contacto prolongado con el afectado, lo que relativiza la amenaza terrorista. El daño económico producido por el pánico y el cierre de fronteras sería, por tanto, mayor que el ocasionado en la salud pública.
Es por ello que las dosis adquiridas irán destinadas al Ejército y el personal sanitario, los colectivos, en teoría, más expuestos a la infección. «Vacunar a todo el mundo sería un error. No sólo por el terror que generaría una decisión así, sino por la dificultad de atender a tanta población en un caso de crisis», resume el virólogo Luis Valenciano, director de la fundación Wellcome y director general de Salud Pública en 1980. El documento que certifica la erradicación de la viruela en España lleva su firma.