El paro no es sólo malo para
nuestros bolsillos sino también,
y sobre todo, para nuestra
salud. Se ha constatado
que los desempleados van más
al médico y no precisamente
porque tengan más tiempo
para velar por su salud. Con el
despido sobrevienen sentimientos
de inutilidad, inseguridad
y a veces incluso de culpa
que afectan directamente a la
autoestima. Y si la situación de
desempleo se prolonga en el
tiempo surge la sensación de
que hagamos lo que hagamos
nada va a cambiar. Y es precisamente
esta indefensión, junto
con la baja autoestima, la
base de muchos de los trastornos
físicos y psicológicos que
sobrevienen con el paro y que
atacan de lleno al bienestar.
El trabajo nos da seguridad
y condiciona toda nuestra existencia.
Marca detalles tan simples
como nuestro lugar de residencia,
la hora a la que nos
levantamos, qué comemos,
cuándo y dónde, o el tiempo
que dedicamos a la familia. Va
tan unido a nosotros como
nuestros apellidos (‘Soy Fulanito
de Tal, administrativo’) y nos
vincula a personas, a metas y a
experiencias comunes. Cuando
lo perdemos, ‘perdemos’ también
todo esto y nos sentimos
‘perdidos’. Las consecuencias, si
no se pone remedio, no se hacen
esperar y el bienestar, de
una u otra forma, desaparece.
Problemas físicos
y psíquicos
El desempleo genera ansiedad
y ésta se relaciona, entre otras
complicaciones, con problemas
circulatorios. En estas ocasiones
se suele dormir mal, ya
sea porque cuesta conciliar el
sueño, sea poco profundo y reparador
o los despertares sean
más frecuentes.
Llama también la atención
los altos niveles de hormonas
corticotropas encontrados en
muchos desempleados. Estas
hormonas aparecen como una
reacción natural al estrés y se
relacionan con el desarrollo de
trastornos depresivos y con la
generación de respuestas agresivas.
Otros estudios también
han relacionado la situación de
desempleo con mayor consumo
de alcohol y otras drogas y
mayor riesgo de accidentes.
El desempleo y la depresión
van muchas veces de la
mano, un riesgo que aumenta
cuando la situación se cronifica
y que afecta principalmente a
las mujeres. Con los trastornos
de ansiedad, tipo ataques de
pánico o trastornos obsesivocompulsivos,
ocurre algo parecido.
Son mucho más frecuentes
entre los que han perdido
su fuente de ingresos y de autoestima
y, al igual que ocurre
con la depresión, cuanto más
tiempo pasa sin recuperar la situación
laboral la probabilidad
de caer en ellos aumenta.
Cinco son las enfermedades
psicosomáticas más frecuentes:
asma, artritis, úlceras,
cefaleas y cardiopatías coronarias
y en todas ellas los desempleados
tienen ‘más papeletas’.
Y entendiendo la fobia como
un miedo exagerado e irracional
a algo, se han encontrado
altos niveles de fobia social entre
desempleados. Además, es
más fácil que se le olviden las
cosas, reaccione de forma retardada
y tenga problemas de
percepción y de atención.
Y por último, los hombres
que se encuentran al final de
su periodo de subsidio por
desempleo pueden caer en lo
que se conoce como ‘neurosis
de paro’, o lo que es lo mismo,
una frenética y exagerada actividad
encaminada a encontrar
un nuevo empleo o una nueva
fuente de ingresos. Debilidad y
agotamiento que se complica
con graves alteraciones del
sueño, una anemia provocada
por una alimentación insuficiente
y palidez de piel son sus
señas de identidad en el terreno
físico. Sentimientos depresivos
y manifestaciones hipocondríacas
en el psíquico.
El papel de la familia
Si hay alguien que puede proteger
al que se queda sin trabajo
de caer en cualquiera de estos
trastornos es precisamente la familia.
La actitud que ésta adopte
es fundamental para que el
desempleado pueda llevar de la
mejor forma posible su nueva situación.
De nada sirve echarle la
culpa de la nueva situación económica
que ha de afrontar toda
la familia con su despido ni tampoco
llevarse las manos a la cabeza
y lamentarse de lo desgraciado
de la situación y de lo
difícil que es encontrar trabajo.
Aunque nadie duda de que
la mayor parte de los esfuerzos
del desempleado deban centrarse
en encontrar un nuevo
trabajo, su vida no se debe limitar
a eso y presionándole lo único
que puede conseguir es que
pierda parte de la motivación
que le ayuda a seguir adelante
en su búsqueda. Tampoco caiga
en la tentación de utilizar al
‘parado’ para todo y con la excusa
de que tiene más tiempo,
encomendarle las tareas que los
que trabajan no pueden hacer.
Si es así estará ayudando a que
empeore la visión que el desempleado
tiene de sí mismo.
Piense en positivo
Lo mejor que puede hacer para
ayudar a su familiar parado es
ser optimista y ver el vaso medio
lleno. Hable del tema con
naturalidad y hágale ver que es
un problema de toda la familia,
no sólo suyo, y que aunque es
grave lo van a superar juntos.
Recuérdele que ‘no somos lo
que ganamos, sino el potencial
que llevamos dentro’ e insista
en todo lo bueno que tiene, sus
virtudes y sus logros. No se
quede al margen y ayúdele activamente
a buscar trabajo.
Ármese de paciencia y valoré
con él las alternativas que se
ponen por delante. No deje
que traicione sus intereses y sus
preferencias cogiendo lo primer
que surja por el mero hecho de
dejar de ser un desempleado. Y
si mientras llega el nuevo trabajo
dedica tiempo a otros menesteres
no muestre extrañeza
cuando le diga que está cansado,
pues el trabajo remunerado
no es la única actividad que requiere
tiempo y cansa y buscar
trabajo o cuidar a los niños, por
ejemplo, es agotador.
Por otro lado, el desempleo
aísla poco a poco a quien cae
en él, una soledad que es la culpable
de muchas de las nefastas
consecuencias que acarrea. No
lo olvide y haga todo lo que esté
en su mano para que su familiar
no se sienta sólo y se relacione
con otras personas. Y, si a
pesar de todo, el cariño de la
familia no es suficiente busque
ayuda psicológica.
FUENTES: "La familia ante momentos
difíciles" (Consejería de Familia y
Asuntos Sociales de la Comunidad de
Madrid). "Papá/Mamá no tienen trabajo"
(Miguel Ángel González Felipe).