La pérdida de peso es el objetivo principal de cualquier abordaje de la obesidad. Sin embargo, la forma de lograrlo determina, en gran medida, el éxito a largo plazo. Más aún, sabiendo que la recuperación del peso perdido es una realidad demasiado habitual en buena parte de las estrategias de pérdida de peso.

“Estudios con grandes cohortes de pacientes apuntan a que aquellos sujetos que muestran unos cambios más bruscos de peso corporal son lo que tienen un mayor riesgo de recuperar ese peso perdido. Sin embargo, los que consiguen una pérdida de peso mantenida durante dos años tienen un menor riesgo de recuperar el peso a largo plazo”. Así lo afirma Mònica Bulló, catedrática de Nutrición y Metabolismo en la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona). La misma participa en una sesión sobre marcadores predictivos en obesidad del XVIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO).

La obesidad es una enfermedad crónica y multifactorial. Por tanto, su tratamiento debe ser también crónico y atendiendo a la complejidad de este trastorno. Así, la realización de una actividad física adaptada a cada sujeto y, obviamente, el apoyo para una alimentación más adecuada y asequible son las estrategias que más se relacionan con el éxito a largo plazo en la pérdida de peso.

Biomarcadores en la pérdida de peso

Todo ello ha generado el interés por buscar nuevos marcadores que puedan determinar, con mayor precisión, no solo los sujetos con mayor riesgo de desarrollar obesidad, sino también orientar sobre los resultados esperados con determinadas estrategias de tratamiento de pérdida de peso y predecir el ‘efecto rebote’.

Las adaptaciones metabólicas que subyacen a los mecanismos de respuesta frente a una intervención de pérdida de peso no se conocen con exactitud. Pese a ello, se considera que los estudios metabolómicos podrían ser estrategias para perfilar las probabilidades de éxito o fracaso de una intervención.

De esta forma, se apuntan algunos aspectos como la regulación del apetito y la saciedad como estrategia de recompensa. Según detalla Bulló, “parece que los sujetos que padecen ese efecto rebote tienen una menor capacidad de sentirse saciados, por lo que el esfuerzo que deben realizar es todavía mayor. Esta situación les provoca una mayor sensación de culpabilidad, decae el ánimo y se incrementa el riesgo de depresión u ansiedad”.

En este contexto, se trabaja en hallar algunos metabolitos que puedan predecir una mayor respuesta saciante tras las comidas. Actualmente, se han identificado dos metabolitos cuyos niveles circulantes se asocian con la presencia de saciedad en personas con sobrepeso, pero son resultados que requieren ser verificados.