Que perder un hijo es un duro golpe ya se sabía; ahora, por primera vez,
existen además evidencias científicas que aseguran que la pérdida de
un vástago aumenta el riesgo de mortalidad de los padres. Este
fenómeno tiene una mayor incidencia entre las madres, quienes son
más proclives a fallecer por cáncer, morir en un accidente e incluso a
cometer suicidio, informa en su edición digital del lunes, 3 de febrero, el
diario EL MUNDO.
Esta conclusión se extrae de un trabajo de la Universidad de Aarhus
(Dinamarca), publicado en la última edición de 'The Lancet'. Para
corroborar esta suposición se emplearon datos del registro civil danés
correspondientes al período 1980-1996 para evaluar a más de 20.000
padres que habían sufrido la muerte de un hijo menor de 18 años.
Posteriormente, se compararon con los de otras 293.000 familias de
control cuyos descendientes seguían aún vivos.
El tiempo trascurrido desde la pérdida resultó fundamental. Las madres
que habían perdido a sus hijos tenían un 40% más de posibilidades de
morir en los 18 años posteriores a la muerte que el resto de mujeres. El
riesgo se multiplicaba significativamente cuando la muerte no se había
debido a causas naturales, en estos casos la posibilidad de que la
madre falleciese al cabo de tan sólo tres años se multiplicaba por cuatro.
Cuantitativamente los padres se vieron mucho menos afectados, aunque
inmediatamente después de la pérdida se apreció un pico de mortalidad
casi un 60% superior al de la población de control. A juicio de los
autores de este trabajo, esto podría indicar que las mujeres son mucho
menos capaces de afrontar la muerte de un hijo, por lo que suelen sufrir
más problemas de salud de consideración. En cualquier caso, añaden,
las diferencias individuales a la hora de afrontar situaciones estresantes
son fundamentales.
Una situación estresante
El estrés parece jugar un papel fundamental en la explicación de esta
relación. La carga psicológica que supone la pérdida de un hijo, con una
fuerte repercusión en todo el sistema nervioso, inmunológico y
neuroendocrino, podría afectar a los progenitores de varias maneras. La
reacción más intensa se apreció en los meses posteriores al
fallecimiento, en la que los accidentes y los suicidios se multiplicó.
Por otro lado, este tipo de acontecimientos provoca una serie de cambios
patopsicológicos que pueden incrementar la susceptibilidad del ser
humano a determinadas enfermedades infecciosas e incrementar el
riesgo de padecer cáncer o problemas cardiovasculares. Otra de las
hipótesis que apunta el estudio es que provoque cambios en el estilo de
vida, aumentando el consumo de alcohol y tabaco y reduciendo los
niveles de actividad física.
Los investigadores se fijaron además en los motivos que provocaban la
muerte de los padres. El aumento de la mortalidad por causas naturales
no se pudo apreciar en el trabajo hasta que ya habían transcurrido al
menos nueve años desde el fallecimiento. En el caso de las madres, la
muerte al poco tiempo del fallecimiento del hijo se debe
mayoritariamente a causas no naturales (accidentes o suicidios),
mientras que con el paso del tiempo (más de diez años) las causas eran
predominantemente naturales: enfermedades cardiovasculares o
cáncer, principalmente. Aunque el estudio aclara: el riesgo de muerte por
enfermedad no está relacionado con factores genéticos, porque en la
mayoría de los casos la causa de la muerte del hijo difería de la de los
padres.
En cuanto a las muertes inesperadas o violentas, los investigadores
señalan que resultan mucho más difíciles de asumir, de manera que
repercutían en una mayor tasa de mortalidad materna. Otros de los
factores con influencia en el trazado del panorama final es la edad de los
padres (los más jóvenes eran más capaces de recuperarse) y el hecho
de tener más hijos, los padres que habían perdido a su único hijo se
veían mucho más afectados que quienes aún tenían uno o más hijos
vivos, una circunstancia que parece ayudar a su recuperación.