José Carlos Somoza es uno de los escritores más premiados de España. Ha ganado, entre otros galardones, el premio La Sonrisa Vertical, el premio Café Gijón, el Fernando Lara y el Hammett. Además, ha sido finalista del premio Nadal. Nacido en La Habana en 1959…
José Carlos Somoza es uno de los escritores más premiados de España. Ha ganado, entre otros galardones, el premio La Sonrisa Vertical, el premio Café Gijón, el Fernando Lara y el Hammett. Además, ha sido finalista del premio Nadal. Nacido en La Habana en 1959 y residente en España desde 1960, estudió Medicina y Psiquiatría, actividades que abandonó en 1994 para dedicarse por entero a la literatura.
Comencemos hablando de su próximo libro: ¿podremos leer el final de la trilogía del señor X?
Eso espero, estoy escribiendo el final, llevo ya bastante avanzado y estoy contento.
¿Es la primera trilogía que escribe?
Sí, representa un reto. Y también es una experiencia nueva. Las dos primeras partes han sido muy bien recibidas, los lectores han quedado a gusto con los personajes y esa es una de las piezas fundamentales para que la tercera parte funcione.
¿Es estimulante viajar a la Inglaterra victoriana y mezclar personajes reales con personales inventados?
Lo realmente estimulante es que se dejan atrás los teléfonos móviles. En la narración, siempre es importante tener cuanta más libertad mejor y es verdad que he desarrollado narraciones en épocas actuales. Pero me siento un poco constreñido por las ventajas tecnológicas al narrar. El ser humano ha cambiado, ya no estamos solos: seguimos sintiéndonos solos -y probablemente más solos que nunca- pero no estamos solos. Estamos acompañados de millones de personas conectadas a través de redes, que no conocemos y a los que probablemente importamos pocos. Pero qué duda cabe que es un cambio a la hora de representar un personaje y establecer conexiones entre el personaje y su mundo. Y más aún en una novela de suspense. Con estas novelas me siendo siento liberado. Y eso lo necesitaba.
Sus libros nos han llevado a la antigua Grecia o a la España de hace 80 años. ¿La trama la decide el contexto histórico o imagina el tiempo en el que transcurre la novela y ubica la trama allí?
Todo está relacionado: la trama no viene sola. Por ejemplo, en La caverna de las ideas, no existían ni siquiera las convicciones religiosas que tenemos. Ahora, sobre todo son religiones monoteístas. Entonces, se creía en los dioses y en la mitología, que hoy parece un cuento. Todo esto influye en los seres humanos y qué duda cabe que los temas van aledaños a la época. Sin embargo, novelas como Zig Zag, que se desarrollan en un presente inmediato, necesitan una sociedad acorde con lo que estaba inventado en ese momento. No servía una sociedad antigua, tenía que ser moderna porque había que demostrar que la modernidad nos ha traído cosas buenas, pero que nos ha traído también desafíos extraños que no comprendemos y que no somos capaces de admitir.
¿Qué libro suyo recomendaría a alguien que no le haya leído?
Siempre recomiendo los que han gustado más a los lectores, como La caverna de las ideas, porque tiene una trama doble: es un thriller histórico con asesinatos en tiempos de Platón, con una subtrama con las notas del traductor, que es un personaje más. Se supone que está traduciendo del griego, pero se involucra dentro de la novela. Cuando la publiqué tuve mucho miedo, lo confieso.
¿Por qué?
Porque es una novela extraña: hubo quien me dijo que le gustaba, pero que no la comprendía muy bien. Cuando pregunté si había leído las notas a pie de página me dijo que no, y son fundamentales. Y, al final, resultó el éxito más grande que tenido en mi vida, ha sido traducida a más de 40 idiomas y siguen llegando traducciones en árabe, en chino en diferentes caracteres… He viajado por todo el mundo gracias a esa novela y me sigue trayendo enorme felicidad y gratificación.
¿Qué otros libros suyos recomendaría?
Además, de esta novela, recomendaría otras que les han gustado a los lectores como Clara y la penumbra -que tiene muchos fans-, Dafne desvanecida, Zig Zag y la trilogía de Estudio en Negro, que ha gustado mucho. Me han comentado conocedores de la obra de Sherlock Holmes que es una de las mejores representaciones de Conan Doyle que han leído. Es un honor y una alegría, porque no tratan de Sherlock, pero habla de su autor y cómo se le pudo ocurrir ese Sherlock Holmes en un momento determinado.
¿Tiene ya título la tercera entrega?
No, no suelo ponerlo hasta terminarlo.
Varias de sus obras se han publicado en diferentes formatos, como teatro radiofónico o, incluso, exposiciones y el cine. ¿Cómo es esa experiencia?
Es maravillosa, se la recomiendo a todos los autores.
¿Y qué le diría a los autores que han tenido una experiencia mala en este sentido?
No puedo ponerme en la piel de todos mis compañeros. Pero, si vale algo mi opinión, quizá se debe, a veces, a demasiada presunción: piensan que sus novelas no pueden llevarse al cine o a teatro radiofónico, a teatro o a cine. ¡Pues claro que puede hacerse, el arte es intercambiable! Lo único que ocurre es que el resultado no es del autor, es de quien la adapte. Me parece muy bien que cada uno cuide su obra, pero hay esa idea de “a mi niño que no lo toque nadie, que es mío”. Yo no, yo pienso que el arte es para todo el mundo: una vez que se crea, es de todos los demás y tiene que estar libre para que, al contrario, estimule la imaginación de todos aquellos que quieren hacer arte sobre el arte. A fin de cuentas, todos escribimos libros sobre otros libros y también podría Cervantes quejarse de la cantidad de imitaciones, pseudo-imitaciones, arreglos y versiones que llevan tanto su nombre como el de sus personajes (o que no lo llevan) Y siguen siendo las aventuras de una persona medio loca que se mete en el mundo a descubrir que los molinos son gigantes.
En este sentido, en su novela El origen del mal uno de los personajes dice que los libros nunca están en crisis. ¿Nos nutrimos de libros constantemente?
Sí. Y ya que cita ese título, lo añado a los que recomiendo a los lectores.
¿Cuál fue su origen?
Fue una de mis novelas tardías. Sorprendió a muchos lectores, porque estaban acostumbrados a que mis libros eran novelas extrañas, mezclando ciencia ficción con thriller y fantasía. Pero El origen del mal es una novela muy realista que trata la historia de un espía franquista en la época de cesión del Protectorado de Marruecos. El mundo de los espías estaba muy revuelto en aquella época y España -y, sobre todo, esas zonas españolas del Estrecho- eran clave en el ajedrez mundial. Y lo siguen siendo. Leí la biografía de un auténtico espía y me inspiró la novela, que gustó. Muchos lectores me dicen que me conocieron por haberla leído. Escribirla fue una experiencia nueva porque hablé de algo muy realista, sin salirme de esos cánones.
¿A pesar de ser tan distinta, se relaciona con otras de sus novelas?
Sí, por la importancia que le doy a la literatura como ayuda para salvarnos. Es la única que disponemos para hacerlo en tiempos de crisis. Es la única brújula que disponemos para dirigirnos en la dirección correcta. Eso se ve en La caverna de las ideas, en Dafne desvanecida y en El origen del mal.
Una de las frases que repite es que los escritores están para hacer ver lo que no se quiere hacer ver. ¿Es complicado hacerlo?
Lo señalo siempre, a pesar de que la literatura es inútil. Y ahora lo explicaré: es inútil y, al mismo tiempo, no debemos renunciar a la misión que cada escritor tiene. Parece una paradoja, pero es así.
¿A qué se refiere?
Yo lo comparo a una herramienta: la literatura puede ser una herramienta, pero no es la herramienta que tú crees que es. Si tú creas un martillo, servirá para una cosa. Pero, en literatura, no puedes decidir de antemano para qué va servir, porque escribes un libro creyendo que vas a transformar la sociedad y no lo consigues. O escribes un libro creyendo que a la sociedad le va a traer al pairo y la transformas. Y no solamente la transformas, transformas la Humanidad entera. ¿Eso es útil? Bueno, pues depende. No desde el punto de vista del autor, que no puede decidir de antemano. ¿Eso significa que debemos renunciar a nuestro propio yo, a lo que queremos decir, a señalar lo que queremos señalar? No, para nada. Tú las señalas, aunque después puede que consigas lo contrario a lo que pretendías. Pero eso no tiene nada que ver: has comprometido tu novela y la has convertido en un puntero con el señalar. Y, si la gente cuando ve ese puntero mira hacia el otro lado, servirá precisamente para que miren al lado contrario al que tú apuntas. Sin querer ser orgulloso, hay que reconocer que la buena literatura es profunda y cambia. ¿En qué sentido? No lo sabemos, pero es una de sus maravillas.
¿Cuándo comienza a escribir?
Muy temprano por la mañana, a las seis de la mañana, que es cuando se me ocurren más ideas. Me encanta levantarme temprano, tengo la sensación de que tengo todo el día para mí y que soy el Rey de la Creación. Y termino cada vez más pronto, porque empiezan a ocurrírseme menos ideas (ríe).
¿Empezó a escribir de niño?
Sí, no recuerdo otra cosa. Lo hice sin que nadie me lo dijera, nadie me dijera que era bonito lo que hacía y que a nadie le importara. Y, lo que creo más importante: no me importaba ni a mí.
¿Qué quiere decir?
Cuando yo escribía, lo hacía porque me gustaba, no era un deber. No esperaba nada a cambio. Esa es una buena enseñanza para un escritor: tenemos que escribir porque nos gusta. Es algo que he hecho toda mi vida y, cuando me di cuenta, dejé de ejercer la Medicina. Pensé que me iba a dedicar a lo que me gustaba.
¿Cómo ha influido la Medicina y la Psiquiatría en su obra?
Si me hubieran hecho esta pregunta hace 20 o 30 años habría respondido que no había influido tanto porque, en el fondo, soy la misma persona que se hizo psiquiatra y médico y, a la vez, se hizo escritor. Me interesaba el ser humano. Y punto. Pero, pasado este tiempo, me he dado cuenta de que estaba equivocado y que sí ha influido, evidentemente. La Medicina me ha enseñado muchas cosas. Y también la Psiquiatría.
¿Algo en particular que quiera destacar?
La Medicina me ha enseñado algo importantísimo: sin ella no habría podido enfrentarme a la vida. De no haber sido médico, tendría que haber pasado una guerra para enfrentarme a lo que yo me enfrenté en Medicina, que es a lo que se enfrenta todo médico.
¿Por qué?
Porque todo médico se enfrenta a la muerte, de una manera distinta a cualquier otro oficio, ni siquiera un forense o un anatomo-patólogo: el médico se enfrenta a ese niño que va a morir de una enfermedad incurable, o a ese adulto que va a morir, te coge de la mano y dice que no le abandones, porque ese es su último momento. Cómo no va a ser eso importante a la hora de escribir… Lo más importante de la vida es la muerte.
¿Y si no hubiera sido así?
No hubiera conocido la muerte, porque vivía en una familia con un padre oficinista, siendo hijo único y en un país en plena Transición. Me hubiera perdido gran parte de la vida y se lo tengo que agradecer a la Medicina, que es una de las cosas más hermosas que puede realizar el ser humano. Uno nunca deja de ser médico.
¿Y qué le enseñó la Psiquiatría?
También me enseñó los recovecos de la mente humana, de la enfermedad. De cómo se parece la enfermedad mental a los seres humanos llamados “normales”. Me hizo saber que podía escribir sobre cualquier cosa, porque los seres humanos somos enormemente complejos y tenemos un abanico de cosas por dentro, donde no podemos señalar si una persona es normal y otra no. La Psiquiatría me enseñó a poder hablar de los seres humanos con libertad.
¿Está al tanto de los avances médicos?
Antes más, cuando mi esposa trabajaba como psiquiatra. Pero ahora se ha jubilado. Cuando se publicaba en España la revista Investigación y Ciencia -la filial de Scientific American- yo la seguía. De hecho, me convertí en un verdadero devorador de sus contenidos durante muchísimo tiempo. Y lamento mucho que haya dejado de publicarse, la leía con verdadera fruición. Me encantaba estar al día en la Medicina y en la Ciencia y estoy valorando pasarme a la revista estadounidense. He seguido con mucho interés los avances científicos, me parece obvio.
¿Por qué?
Porque lo que se conoce científicamente es, en parte, lo que somos. Y, en parte también, aquellas cosas que importan al escritor: es completamente absurdo escribir sobre el amor y, por otra parte, que estén haciendo experimentos con enzimas y con hormonas, viendo qué se altera cuando se está enamorado. Ese doble camino que hemos elegido, malamente, escritores y científicos tiene que reconciliarse algún día. Y ya hay escritores que lo están intentando y tiene que haber más, porque la humanidad tiende más a conocer lo que es, científicamente, el ser humano. Y eso no puede permanecer al margen de las inquietudes de los escritores del siglo XXI.
Comenta que su mujer se acaba de jubilar. ¿Se lo plantea hacerlo usted también?
No, de escribir nunca (ríe). Dicen que hay que morir con las botas puestas, yo moriré con la pluma puesta. Me jubilaría si mi cerebro se deteriorara y no pudiera escribir. Pero, mientras pueda, escribiré. Una de las cosas buenas del escritor es que solo necesita un papel y ya ni siquiera pluma: se puede hasta dictar y un aparato transforma todo en palabras. Incluso se están inventando chips para transformar los pensamientos en palabras.
Para acabar, en una de las notas a pie de página de La caverna de las ideas usted escribió que la mentira es privilegio del escritor, ¿se siente un privilegiado?
En parte sí (ríe) Y, además, muchas veces, los lectores me preguntan si lo que escribo es verdad o no. Yo respondo siempre una ambigüedad. No lo llamo mentira, lo llamo ficción. En el fondo, es una mentira, pero también es una ficción: no son ganas de engañar, son ganas de inventar, que es distinto. Y ahí sí soy un privilegiado, porque estoy inventándome otras posibilidades y los lectores se quedan a veces fascinados, porque esas posibilidades les resultan asombrosas
Con agradecimiento a la librería Estudio en Escarlata de Madrid, por su ayuda en la gestión de esta entrevista.