Levantarse de la silla, andar porcasa, coger algo de un armario,conducir el coche, son algunasde las actividades normales quese realizan a diario gracias aque somos capaces de controlarnuestro equilibrio. Sin embargo,hay personas que tienendificultades incluso con las tareasmás sencillas porque tienenalterada dicha función. Estees un…
Levantarse de la silla, andar por
casa, coger algo de un armario,
conducir el coche, son algunas
de las actividades normales que
se realizan a diario gracias a
que somos capaces de controlar
nuestro equilibrio. Sin embargo,
hay personas que tienen
dificultades incluso con las tareas
más sencillas porque tienen
alterada dicha función. Este
es un aspecto ciertamente preocupante,
ya que al menos la
mitad de la población sufrirá
este trastorno a lo largo de su
vida, especialmente cuando alcance
la tercera edad.
Una persona mayor que
sufra alteraciones en el equilibrio,
probablemente habrá escuchado
que se trata de algo
normal para su edad, pero este
extremo es falso. Ciertos
estudios han demostrado que
no son una consecuencia de
la edad, ni algo inevitable, sino
que existen tratamientos
eficaces para combatirlas. Desgraciadamente,
una gran mayoría
de las personas que sufren
alteraciones del equilibrio
o vértigo no saben que pueden
encontrar ayuda.
Una función vital
La capacidad de mantener el
equilibrio es un proceso complejo
que depende de tres
componentes: el sistema sensorial
que proporciona información
sobre nuestra situación
en el espacio; la capacidad del
cerebro para procesar esa información
y los músculos y articulaciones
que coordinan los
movimientos necesarios para
mantener el equilibrio.
Normalmente, el control
del equilibrio se consigue de
manera 'automática', sin requerir
una atención especial por
nuestra parte. Si se altera, tenemos
que realizar un gran esfuerzo
para superar las sensaciones
anómalas y recuperarlo.
En un individuo sano, el
sentido del tacto (pies, tobillos,
articulaciones), la vista (ojos) y
los sensores de movimiento del
oído interno trabajan conjuntamente
en armonía con el cerebro,
mientras que una persona
con un desorden de equilibrio
probablemente tenga algún
problema en uno o en la mayoría
de estos sistemas. Algunos
individuos si carecen de uno o
más de estos sentidos no son
conscientes de que pierden el
equilibrio. En otros, el cerebro
procesa información inexacta
haciéndoles creer que se caen,
cuando en realidad están en
equilibrio. El riesgo de padecer
uno o más de estos problemas
aumenta con la edad, ya que
nuestros sentidos o parte de
nuestro cerebro están expuestos
a enfermedades degenerativas
o infecciosas, o simplemente
van envejeciendo también.
¿Inevitable?
La pérdida del control de equilibrio
no es una consecuencia
inevitable de la edad. El proceso
natural de envejecimiento produce
cambios en nuestro cuerpo
a medida que envejecemos,
pero estos cambios no llevan
necesariamente a una pérdida
del control del equilibrio o movilidad.
No obstante, ciertas patologías
pueden ocasionar trastornos
del equilibrio, como es el
caso de la diabetes o la enfermedad
del Parkinson. Pero, no
sólo las enfermedades afectan a
nuestros sentidos y movimientos.
También podemos perder
el control del equilibrio debido
a una serie de lesiones, como
los traumatismos cerebrales, las
infecciones de oído o los esguinces
y fracturas. Además, el
consumo de medicamentos
puede igualmente perjudicar
nuestros sentidos y causar daños
temporales o permanentes.
Controlar el equilibrio es
una tarea compleja, porque
no todos los problemas de esta
índole son iguales. Puede
ser difícil determinar la causa
de un desorden de equilibrio y encontrar los tratamientos
adecuados. En los últimos 20
años, sin embargo, se han realizado
importantes avances en
la evaluación y tratamiento de
esta anomalía, que han demostrado
ser eficaces. Sólo
mediante un diagnóstico preciso
seguido de un tratamiento
médico específico y/o ejercicios
de rehabilitación podrá
recuperarse el control perdido.
Riesgo de caídas
El principal problema de la pérdida
del equilibrio son las caídas,
pero ¿cómo saber si existe
un mayor riesgo de sufrirlas?
En primer lugar tenemos que
saber que hay varios factores
de riesgo de tipo personal
(condición física, enfermedad,
factores psicológicos y sociales)
y relacionados con el medio (la
superficie sobre la cual andamos,
la presencia de obstáculos,
iluminación, etc.), que
pueden propiciar estas caídas.
Además, los síntomas vertiginosos
y de inestabilidad pueden
aparecer tras la ingesta de
medicamentos, tras un periodo
prolongado de descanso en la
cama o inactividad o bien tras
la pérdida de fuerza o sensibilidad
en las piernas o pies.
Entre los factores inherentes
al individuo destacan los
problemas de articulaciones y
ciertas enfermedades. La pérdida
de fuerza muscular en las
piernas, los tobillos doloridos
o inestables y las articulaciones
de las rodillas y caderas
pueden afectar la capacidad
de mantenernos en equilibrio
en una superficie irregular. Alguien
cuya movilidad y flexibilidad
se encuentre limitada,
tropezará fácilmente con los
obstáculos y le resultará más
difícil andar sobre una superficie
inclinada o irregular.
También ciertas enfermedades,
como el Parkinson,
pueden tener un impacto significativo
en el equilibrio y en
la movilidad. Incluso la artritis
puede provocar una caída al limitar
la capacidad de movimiento,
al producirse una pérdida
de fuerza muscular o al
experimentar una pérdida de
sensación en las articulaciones.
Otros factores de riesgo pueden
residir en una escasa visibilidad
y en una serie de infecciones
del oído o desórdenes
del oído interno. El riesgo de
caerse aumenta en presencia
de al menos uno o más de estos
factores de riesgo personal.
El consumo de medicamentos
también puede aumentar el
riesgo de sufrir una caída. Es
importante saber cuáles son los
efectos secundarios que producen
estos medicamentos. Por
ejemplo, algunos diuréticos, anticoagulantes,
hipnóticos, psicotrópicos,
laxantes, sedantes o
somníferos pueden influir en
nuestra capacidad de mantener
el equilibrio. Otros factores como
la tensión alta o las enfermedades
del corazón pueden,
asimismo, provocar vértigo.
Otro aspecto a considerar
es el estilo de vida. Podemos
pensar que una persona que
lleva una vida relativamente inactiva
tiene menos probabilidades
de sufrir una caída, pero en
la realidad es precisamente lo
contrario. La inactividad hace
que perdamos fuerza muscular,
que tengamos menor movilidad
en las articulaciones y por
ello tropezamos y resbalamos
con más facilidad.
Al final, lo que es verdaderamente
importante es evitar los
factores del medio que pueden
favorecer estas caídas. A veces
no vemos los obstáculos que tenemos
en casa o alrededores.
Las alfombras o alfombrillas de
baño, los escalones irregulares o
la luz tenue pueden perjudicar a
quien tiene dificultades para incorporarse
tras sufrir un resbalón
o un traspiés. Pero no todos
los factores de riesgo son necesariamente
origen de una caída.
Es una combinación de factores
de riesgo, tanto físicos como
ambientales, lo que aumenta el
peligro de sufrir una caída.
Más información:
www.balanceandmobility.com