Hace ya casi un mes que estamos

metidos de lleno en

el invierno. Además ahora, en

plena ‘resaca’ económica y con

la temible cuesta de enero parece

que nuestro cuerpo se encuentra

más indefenso para luchar

contra los virus que atacan

en esta estación, de modo que

lo más normal es que a estas

alturas del año y con las bajas

temperaturas cualquiera de

nosotros ya haya pillado una

gripe o un resfriado.

Ambos procesos son infecciones

de las vías respiratorias

producidas por un virus que se

transmite muy fácilmente de

persona a persona a través de

las pequeñas gotitas de saliva

que se expulsan al hablar, toser

o estornudar o al tocar objetos

con los que haya estado

en contacto la persona enferma,

como pañuelos, cubiertos

o los pomos de las puertas.

Gripe y resfriado comparten

muchos síntomas, por lo que a

veces se confunden.

El resfriado

La mayoría de nosotros pasa al

menos por ‘la friolera’ de dos

resfriados al año. De hecho se

estima que los adultos sufren,

de media, de dos a cuatro episodios

al año y los niños de seis

a ocho, llegando a alcanzar la

docena cuando van a la guardería.

Colegios, hospitales y residencias

de ancianos son los

centros de mayor propagación

del virus al ser lugares donde se

concentran muchas personas.

En contra de la creencia

popular, el principal aliado del

resfriado no es el frío sino los

cambios de temperatura y la

baja humedad que acompañan

a esta estación, principalmente

el contraste entre el intenso frío

de la calle y el calor interior

que aportan las calefacciones,

muchas veces excesivo en algunas

casas y locales. Con la calefacción

la humedad baja y con

ella los virus disfrutan de un

ambiente ideal para su supervivencia

y pueden actuar con

más impunidad al resecarse las

mucosas de las vías respiratorias

a causa de la sequedad.

Además, con el frío la gente se

reúne en lugares cerrados en

los que, como ya hemos visto,

se mueven con total libertad.

Los síntomas del resfriado

no aparecen hasta dos o tres

días después de haber entrado

en contacto con el virus y suelen

durar entre una semana y

diez días. El goteo nasal habitual

es primero muy acuoso y, con el

tiempo, se vuele más espeso y

de color verdoso. Generalmente,

el resfriado desaparece por

sí mismo en una semana, aunque

algún síntoma, como la

tos, puede persistir siete días

más. No obstante, si se observa

que los síntomas duran más

tiempo es necesario acudir al

médico para que descarte otras

posibles dolencias.

Prevenir el contagio

Con cada estornudo, millones

de partículas de saliva salen de la

boca y son potencialmente el

vehículo para infectar a nuevas

personas. Los virus no desaparecen

de inmediato sino que permanecen

un tiempo en el aire

que respiramos y en los objetos

que nos rodean. Para que una

persona se contagie, el virus ha

de llegar a la membrana de la

mucosa, es decir, al recubrimiento

húmedo de las fosas nasales y

de la boca. Por lo que, para que

el resfriado se produzca, no basta

con estar en contacto con la

persona o con algunos de los

objetos que están a su alrededor

sino que acto seguido tiene que

tocarse los ojos, la nariz o la boca.

Teniendo esto en cuenta es

fácil establecer unas reglas básicas

con las que evitar la propagación

del virus y el contagio.

Si usted es la persona enferma

cuando tosa o estornude

hágalo en un pañuelo de papel

y deshágase de él inmediatamente.

Nada más hacerlo lávese

las manos para evitar que el virus

llegue a otras superficies. Por

prevención, limpie frecuentemente

todo lo que haya tocado,

como los pomos de las puertas,

las mesas, los vasos, etc.

Si está sano y no quiere

contagiarse evite los cambios

bruscos de temperatura y los

ambientes en los que se concentre

mucha gente o en los

que la humedad sea escasa y

no se acerque demasiado a las

personas que tengan un resfriado

Sin lugar a dudas, la mejor

y más efectiva forma de evitar

el contagio es lavarse las manos

regularmente y no llevarse las

manos a los ojos, la boca o a la

nariz, especialmente después

de estar en contacto con una

persona resfriada..

La mayoría de los gérmenes

se contagian a través de las manos.

Por ello, la cadena de resfriados

se acortará si apostamos

por una higiene escrupulosa de

las manos, algo que debemos

hacer antes de comer o tocar

alimentos, antes y después de

limpiar cortes y rasguños y después

de usar el baño, estornudar,

toser, sonarse la nariz, dar

la mano a personas que están

enfermas, tocar mascotas, cambiar

pañales y tener contacto

con sangre o cualquier otro líquido

corporal. Lavarse las manos

con frecuencia, con agua y

jabón o con algún producto

desinfectante específico, es la

mejor forma de protegerse uno

mismo contra los gérmenes y

de proteger a los demás.

Humidificador

La humedad no es más que la

cantidad de vapor de agua que

tiene el aire y aunque parezca

no tener importancia resulta

que, junto con la temperatura,

es fundamental para nuestro

bienestar. Cuando la humedad

es muy baja la piel y las mucosas

se secan fácilmente y la electricidad

electroestática se incrementa.

Lo recomendable es que

consigamos que en nuestro hogar

haya entre 20 y 25º y una

humedad de entre el 40 y el

60%. Con estos niveles estaremos

más protegidos, puesto

que los microorganismos, entre

los que se encuentran los virus

del resfriado, tienen ante sí unas

condiciones que le son hostiles

para sobrevivir.

La humedad puede medirse

con un sencillo aparato llamado

higrómetro. En caso de que sea

baja se puede recurrir a un humidificador

doméstico, que

aporta humedad a la habitación

en la que se coloca y que básicamente

está compuesto por

un recipiente de agua y un sistema

que la libera en forma de

vapor. No obstante, sólo debe

usarse cuando las circunstancias

lo justifiquen, es decir, cuando

la humedad no alcance los límites

adecuados. Si se usa de forma

rutinaria, hasta el punto que

se humidifica el ambiente de

forma excesiva, se pueden generar

alergenos, es decir, sustancias

que inducen una reacción

alérgica en el organismo.

Medicamentos

Ningún medicamento puede

curar el resfriado, pero sí aliviar

y combatir los síntomas. Aunque

normalmente no se necesita

receta para acceder a ellos,

siempre es necesario consultar

con el médico o el farmacéutico

antes de tomarlos, para así evitar

posibles contraindicaciones

e interacciones entre fármacos.

Olvídese de los antibióticos,

han sido creados para acabar

con las bacterias, no con los virus.

Puede recurrir a analgésicos,

que alivian el malestar, la

inflamación, el dolor y bajan la

fiebre; antitusígenos, que calman

la tos, aunque no se deben

tomar si es persistente o viene

acompañada de moco; en este

último caso se tomarán mucolíticos

y expectorantes, cuyo objetivo

es hacer más fluidas las

secreciones mucosas. También

antihistamínicos que detienen

el lagrimeo, los estornudos, la

congestión y la secreción nasal.

Y por último, los descongestivos

nasales o por vía oral, que

mejoran la congestión nasal,

pero teniendo la precaución de

no tomarlos más de 3-4 días.

Recuerde, el consejo farmacéutico

es imprescindible para elegir

el medicamento más adecuado

a sus síntomas.

FUENTES: Medline Plus, Academia

Americana de Médicos de Familia y

Asociación Española de Pediatría.