Aunque parezca mentira,
a veces la higiene
está reñida con la
salud. Un estudio de la
Unidad de Toxicología
de la Universidad Católica
de Louvain (Bruselas)
ha llegado a la conclusión
de que los niños
que nadan en piscinas
cubiertas cloradas tienen
más probabilidades
de padecer asma y bronquitis
recurrentes, un
riesgo que parece ser
máximo cuando los niños
acuden regularmente
a este tipo de piscinas
antes de que cumplan los
6-7 años. Esta investigación
viene a corroborar otras que
se han realizado ya sobre el
mismo tema y llega en un
momento en el que se ha
puesto de moda llevar a niños
pequeños e incluso a bebés a
programas de natación.
Precaución
El estudio señala a la tricloramina,
sustancia responsable
del peculiar olor a cloro que
envuelve a todas las piscinas
cubiertas, como uno de los
posibles causantes de las alteraciones
en las vías respiratorias
que predisponen a los más
pequeños a desarrollar asma y
bronquitis recurrente. Se trata
de un gas muy volátil y reactivo
que se forma cuando el cloro
entra en contacto con el sudor,
la saliva o la orina de los
nadadores. Este gas daña a todos,
pero a los bebés los castiga
de un modo especial. Y es
que, aunque los programas
de natación en el
lactante normalmente
tienen estipulada una
duración corta (de 20-
30 minutos por sesión),
sus pulmones aún se están
desarrollando, por
lo que son más sensibles
a este irritante.
Por otro lado, el aire
de la piscina, especialmente
el que está justo
por encima de la superficie
del agua, está contaminado
por aerosoles
que también dañan al
pequeño. Cuando mete
la cabeza debajo del agua, pequeños
volúmenes de agua
clorada pueden saltarse todas
las medidas de seguridad con
las que cuenta el organismo
del bebé para evitar que el
agua entre en los pulmones. Y
es que como los lactantes no
pueden controlar su respiración
con facilidad cuando el
agua entra en su boca, la laringe,
en un intento de protección,
se cierra de repente.
Apoyados en esta idea, muchos
piensan que ésta nunca
llega a los pulmones pero no
es así. Cuando el bebé sube a
la superficie, la laringe no puede
evitar que, en ocasiones,
pequeñas cantidades salten su
barrera dañando al bebé.
A pesar de todos estos datos,
los autores del estudio son
conscientes de las limitaciones
que le rodea, la principal el reducido
tamaño de la muestra,
por lo que sólo pueden recomendar
'precaución antes de
llevar regularmente a los lactantes
a piscinas con un mantenimiento
deficiente y excesivos
valores de cloro en el agua
y en el aire'.
FUENTE: Bernard et al. Pediatrics
(Edición española) 2007;63(6):
365-72.