La timidez es una emoción tan

natural como la alegría o la

tristeza, por la que normalmente

pasamos todos en algún momento

de nuestra vida y que todos

intentamos disimular, aunque

unos con más éxito que

otros. Por su culpa nos sentimos

incómodos, cohibidos, asustados,

nerviosos o inseguros ante los demás.

El primer día de trabajo, hablar

ante un auditorio, conocer a

una persona nueva o conversar

con alguien que nos gusta son situaciones

que suelen disparar la

timidez. Por el contrario, cuando

tenemos la situación controlada,

estamos seguros de que no va a

haber sorpresas y nos rodeamos

de personas de nuestra confianza

la timidez es un sentimiento

que no suele aflorar.

La timidez es una emoción,

pero al igual que hay personas

risueñas y otras más serias, unas

nerviosas y otras tranquilas, también

las hay tímidas por naturaleza.

Y es que la timidez es un

rasgo de la personalidad que ya

viene escrito en los genes. Las

personas tímidas son cautelosas,

es decir, no se arriesgan a equivocarse,

a ser rechazadas o a resultar

inadecuadas. Les cuesta

adaptarse a los cambios, prefieren

lo familiar a lo desconocido,

titubean cuando se enfrentan a

algo nuevo y normalmente no

se unen a un grupo sin haberlo

observarlo antes desde fuera.

Tienden a creer que valen menos

que los demás y minusvaloran

sus capacidades, aunque la

realidad se encargue de demostrar

lo contrario. Lo habitual es

que sean sensibles, no sólo a sus

emociones sino también a las de

los demás, por lo que suelen ser

amables y preocuparse por las

personas que le rodean.

Pero aunque gran parte de

nuestro temperamento está escrito

en los genes, esto no significa

que no se pueda moldear.

Nuestras experiencias y la educación

que recibamos tienen

mucho que ver en nuestra forma

de ser. Un ambiente familiar

autoritario y descalificador es el

caldo de cultivo de futuros tímidos.

Pero también es verdad

que hay niños que crecen en un

ambiente familiar seguro y motivador

y tienen padres extrovertidos

y aún así la timidez con la

que nacieron se aferra con fuerza

a su personalidad.

El lado positivo

Ser tímido, siempre que sea en

cotas razonables, no tiene porqué

ser un problema. Es normal

que cueste romper en hielo y

que se necesite tiempo para coger

confianza con la gente y

adaptarse a situaciones nuevas. Y

es más, en pequeñas dosis, puede

que con la timidez se tenga

ventaja. Como las personas tímidas

son tan prudentes, controlan

mejor sus impulsos y suelen ser

mejor aceptados que las personas

que no miden tanto sus palabras

o sus pasos, sin menoscabar

que el halo de inocencia,

debilidad y necesidad de protección

que les rodea suele despertar

la ternura de los demás.

Se puede superar

La timidez se puede superar; la

clave está en poner de su parte

y rodearse de gente que le entienda

y le acepte. Si sus amigos

y sus familiares le apoyan,

no le presionan y le dejan avanzar

a su propio ritmo, sin prisas

ni agobios, todo será más fácil.

Las viejas pautas de conducta y

las malas experiencias pueden

sustituirse por otras nuevas y

positivas que le ayuden a afrontar

la vida de otra manera.

Y sobre todo no intente esconder

su timidez bajo la piel de

alguien que no es, si lo hace sólo

tendrá problemas. Hay quien en

su lugar se oculta bajo el chiste

fácil, un liderazgo que no es tal

o una actitud frívola, despótica e

incluso agresiva. No afrontan el

problema, sólo se protegen de

él con una coraza y están muy

lejos de poder superarlo.

FUENTE: Fundación Nemours (EE.UU.)