Son las tres de la tarde de un
día cualquiera. Comienza el
telediario y una vez más salta
la alarma: se ha dado un nuevo
caso de violencia dentro
de las aulas. Ya no es un fenómeno
ajeno a nuestra cultura,
cada día la imagen que se refleja
en las pantallas se nos
hace más cercana. Y no es para
menos. Recientes estudios
aseguran que todos los escolares
parecen tener contacto
con este tipo de violencia, ya
sea como espectadores, víctimas
o agresores. Actualmente,
entre el 13 y el 35% de
los adolescentes se ve involucrado,
en alguna ocasión, en
actitudes y comportamientos
intimidatorios y abusivos.
Según los datos, es un problema
que sigue afectando más
a los varones que a las niñas.
Ellos tienden al maltrato directo,
verbal y físico, y ellas al relacional
e indirecto. "Aunque ningún
escolar está libre de riesgo, existen
tres grandes factores psicogenéticos
que influyen a la hora
de verse implicado en fenómenos
de maltrato entre iguales",
asegura Rosario Ortega, catedrática
de Psicología Evolutiva y
de la Educación de la Universidad
de Córdoba. Estos factores
son la ausencia de afecto y calidez
durante los primeros
años de vida, la existencia y el
uso de violencia física o psicológica
en el seno del grupo familiar
y las disciplinas extremadamente
duras e incoherentes
que estimulan la respuesta violenta
de los adolescentes.
Pero se puede ir un poco
más lejos en la ‘descripción piloto’
del acosador. "Más sexistas,
más racistas, más xenófobos,
que nunca sienten
culpabilidad y están orgullosos
del dominio que ejercen", así
describe la psicóloga María José
Díaz Aguado al maltratador,
una persona que se identifica
con el rol dominio-sumisión.
La víctima también tiene
sus propias características. A
juicio de esta psicóloga estas
personas se encuentran aisladas,
transmiten a los acosadores
la sensación de que están
indefensas y presentan un sentimiento
de culpabilidad.
Además, no hay que olvidar
lo duro que resulta para
muchas de las víctimas de
agresión dar a conocer la situación
en la que se encuentran:
el 34% de los alumnos
reconocen que nunca pedirían
ayuda a sus profesores en
caso de sufrir acoso escolar.
Pero, las víctimas y acosadores
adolescentes no son tan
diferentes. Según un estudio
norteamericano, ambos tienen
más probabilidades de
sentirse inseguros en la escuela
y de estar tristes en la mayoría
de los días. Además,
suelen ser niños con un menor
éxito en los estudios.
Posibles soluciones
Aunque para atajar determinadas
conductas la madurez es la
mejor medida de prevención y
tratamiento, una buena solución
sería construir una nueva
disciplina democrática, a medio
camino entre el autoritarismo
y la permisividad total. Sería
una disciplina "donde se
coordinen los derechos y los
deberes que enseñen a arrepentirse
al violento y a reparar
el daño", asegura Díaz Aguado.
Las medidas de prevención
pasan también por el desarrollo
de programas integrales
con los que condenar toda forma
de violencia, lograr la implicación
de los agentes educativos
y desarrollar contextos
alternativos y habilidades en la
familia y en la escuela.
Hay estudios que destacan
la importancia de la intervención
temprana en la prevención
de la violencia juvenil y recomiendan
no esperar a la
adolescencia. De hecho, los
adultos que fueron maltratados
en su infancia y que no reproducen
el problema con sus hijos
(70%), difieren de los que
sí lo hacen (30%) por una serie
de características aprendidas en
los primeros años de vida como
son, entre otras, el desarrollo
de la empatía, el respeto
mutuo, una identidad propia y
vínculos afectivos de calidad.
Pero… ¿qué es el
bullying?
Se define bullying o acoso escolar
como cualquier actividad
negativa o agresión repetida
que intenta dañar o molestar a
alguien que es percibido por
sus compañeros como menos
fuerte física o psicológicamente
que el agresor o agresores. Rosario
Ortega destaca que para
poder hablar de bullying, el
maltrato entre iguales no debe
ser puntual o esporádico, sino
una secuencia de acciones repetidas
entre unos protagonistas
(agresor/es-víctima), cuya
relación persiste en el tiempo y
desarrolla una determinada dinámica.
"En todos los casos se
trata de una forma de agresividad
injustificada y cruel que
cursa con mayor o menor nivel
de gravedad". Es siempre un
proceso violento que pervierte
el orden esperable de las relaciones
sociales y cuyas consecuencias
van más allá de lo físico.
De hecho, para Rosario
Ortega no sólo es importante la
forma en la que se produce la
agresión. El nivel de daño psicológico,
social y moral que el
agresor produce en la víctima,
el tiempo que ésta lo padece y
la indefensión que se deriva de
no ser ayudada ni comprendida
son lesiones importantes de este
tipo de actos.