La piel es sensible y rencorosa.

Nunca olvida, va acumulando

en silencio cada uno

de los agravios a los que le vamos

exponiendo cada día y no

perdona ni la edad ni la inocencia.

El sol se aprovecha de

la inmadurez de la piel infantil

y logra que normalmente sus

quemaduras sean más frecuentes

en los niños. Con el tiempo

la quemadura desaparece pero

el ‘mal’ que ha ocasionado puede

permanecer oculto y salir a

la luz cuando el niño es ya una

persona adulta. Así, por ejemplo,

algunos melanomas malignos

se han asociado a quemaduras

con ampollas que se

produjeron durante la infancia.

Los primeros veinte años

de vida son claves para aventurar

el destino que le espera a

la piel. De ellos depende en

parte el hecho de que una

persona padezca o no cáncer

cutáneo; de ahí que sea tan

importante proteger adecuadamente

nuestro envoltorio

natural desde el primer día.

De hecho, hay expertos que

afirman que entre juegos y actividades

al aire libre los niños

reciben el 80% de la exposición

al sol que tendrán durante

toda su vida.

El cáncer de piel puede

prevenirse limitando el tiempo

que nos exponemos al sol y

usando la fotoprotección más

adecuada. La prevención debe

empezar tan pronto como sea

posible, por lo que pediatras,

padres y educadores han de

enseñar a los niños los efectos

beneficiosos y perjudiciales del

sol y a poner en práctica las

medidas de fotoprotección cutánea

y ocular que han de seguir.

Protegiendo al pequeño

se está salvaguardando su futuro.

No hay que olvidar que

el deterioro de la piel comienza

con la primera exposición al

sol, aunque los signos de envejecimiento

no aparezcan

hasta más tarde.

La piel en la infancia

La piel del bebé es muy inmadura

y necesita que los años pasen

para irse fortaleciendo.

Cuando cumple los ochos o

nueve años ya está lista para

afrontar la vida que le queda

por delante pero mientras ese

momento llega no es capaz de

defenderse suficientemente.Como

aún no tiene a punto todos

los mecanismos de defensa

cualquier lesión o irritación puede

suponer una infección y, como

es más permeable, hay que

tener cuidado con los productos

que se apliquen sobre ella y

extremar la higiene en los numerosos

pliegues profundos

que ‘dibujan’ su piel.

Además, comparada con

la de un adulto, la superficie

cutánea es tres veces superior

al peso, un desequilibrio que

hace posible que los efectos

de las radiaciones sean más

importantes. Que la secreción

sebácea y sudorípara sean

insuficientes hasta los dos

años también es un factor en

contra.

Mientras el pequeño no

cumpla los diez años, los ojos

también son muchos más sensibles.

Su capa córnea superficial

es demasiado fina, por lo

que carece de una barrera eficaz

que la proteja de las radiaciones

ultravioleta y otros

agentes externos.

Algunas

recomendaciones

A todo lo anterior se suma que

los niños menores de seis meses

aún no tienen la autonomía

de movimientos necesaria

para protegerse del sol cuando

les molesta. Para evitar

complicaciones los expertos

recomiendan a los padres que

tengan un bebé de esta edad

que no los expongan directamente

al sol.

Es importante recordar

que aunque haya nubes no

podemos relajarnos, ya que

un 20-40% de las radiaciones

ultravioleta se filtran a través

de ellas, y que a mayor altitud

mayor es la intensidad de las

radiaciones. También hemos

de procurar que los lugares

en los que jueguen los niños

estén provistos de espacios

con sombra preferiblemente

natural, como la que dan los

árboles.

Cuidados especiales

Como no todas las pieles son

iguales no todas requieren los

mismos cuidados, que variarán

en función de los siguientes

aspectos:

1. Características personales:

si el niño tiene la piel y

los ojos claros, el pelo rubio y

la piel pecosa ha de extremar

las precauciones. Si tiene un

nevus congénito con un diámetro

superior al 1,5 cm

también hay que actuar con

cautela. Un nevus es una alteración

congénita muy localizada

de la pigmentación de

la piel, generalmente de color

marrón o azulado. Aunque

suelen ser benignos, lo

cierto es que los especialistas

han hallado restos de ellos en

una parte importante de los

melanomas.

2. Riesgos congénitos:

cuando algún miembro de la

familia ha padecido un nevus

aumenta el riesgo de melanoma.

También hay que tener

especial cuidado cuando dos o

más familiares del pequeño

tienen antecedentes de melanoma.

3. Fotosensibilidad: algunos

niños padecen procesos

congénitos de fotosensibilidad

patológica por lo que toda precaución

es poca. Otros pueden

pasar por momentos de fotosensibilidad

transitoria como la

típica erupción primaveral en

las orejas o una reacción fototóxica

que pueden provocar

ciertos fármacos y sustancias

químicas, como las contenidas

en fotoprotectores con filtros

químicos.

FUENTES: Consejo General de Colegios

Oficiales de Farmacéuticos y

Laboratorio ISDIN.

Más información:

www.farmaceuticonline.com