Son las 7.30 de la mañana.
Es lunes y no tiene fuerzas
ni de poner un pie en el suelo.
Tras unos minutos logra hacerlo,
despierta a las pequeñas fieras
que alegran su casa, prepara
el desayuno y entre risas y
alguna que otra riña consigue
que se vistan, se aseen y se
monten en el coche. Primera
parada: el colegio. Las mochilas
pesan más que ellos pero
eso no impide que salgan despedidos
nada más que abra la
puerta. Segunda parada: su
trabajo. El maletín pesa mucho
menos pero si pudiera saldría
también corriendo aunque en
dirección contraria, ¡menuda
semana le espera! Después de
un par de horas delante del ordenador,
de repente la llama
su ginecólogo. Ya tiene los resultados
de la mamografía y
quiere verla cuanto antes.
A carrera, como siempre, y
con el nervio en el cuerpo llega
a su consulta. Su cara no dice
nada bueno pero cuando se cierra
la puerta tras de usted se da
cuenta de que sus sospechas
son algo más que eso. Sus palabras
son pocas pero demoledoras:
tiene cáncer de mama. Se
ha pillado a tiempo y los tratamientos
han avanzado tanto
que no ha de temer por su vida.
Palabras y palabras que no pueden
hacer nada por evitar que
las lágrimas recorran sus mejillas
y las piernas no le dejen de temblar.
Está muerta de miedo y no
puede quitarse de la mente que
dentro de unas horas tendrá
que recoger a sus pequeños del
colegio y no va a saber ni qué
decirles ni cómo hacerlo.
Callar no es la solución
Usted fue también una niña
con una madre con cáncer de
mama. Nadie le contó lo que
estaba pasando pero todos cuchicheaban
a su alrededor y estaban
tristes y cabizbajos. Quisieron
que viviera feliz en su
pequeña burbuja pero se sentía
sola y llegó a pensar que todo
era culpa de usted, de sus travesuras
y malas notas. Se sentía
desplazada al margen de todo
y de todos. Como nadie la contó
nada su imaginación voló
tanto que se imaginó lo peor y
cuando aterrizó lo hizo sobre
un duro colchón de miedo y
ansiedad que sólo le hizo daño.
Y es que la supuesta burbuja en
la que sus padres estaban seguros
que vivía era un infierno
mucho más dañino que la realidad
que le estaban ocultando.
Siempre dijo que si alguna
vez era madre haría las cosas
de otra manera, pero ahora
que ha de afrontar este duro
papel no sabe cómo hacerlo.
No se atormente por ello, es
completamente normal. Pero
no olvide nunca una cosa: de
nada habrá servido que usted
se esfuerce por hacer todo
bien, si la primera que se ha
hundido y se ha dejado ganar
por la enfermedad es usted
misma. No pasa nada si sus
peques sienten que está preocupada
o la ven llorando en alguna
ocasión, pero de ahí a
que sea siempre así va un abismo.
Cada niño es diferente,
cada cual tiene una edad y una
personalidad; puede que uno
de sus hijos se preocupe mucho
y en cambio otro actúe
como si nada hubiera pasado.
Pero en cualquiera de los casos
no tenga duda de que gran
parte de lo que él haga depende
de su propia actitud y de
cómo afronte la enfermedad.
Cómo hablar de
cáncer con sus hijos
Ya no llora pero la palabra
cáncer resuena una y otra vez
en su cabeza. De repente la
que ha sido su vida hasta hoy
desaparece, pero no sólo la suya.
Tiene dos niños a los que
en unos minutos recogerá del
cole y un marido al que no se
ha atrevido a coger el teléfono
en todo el día.
Nada más bajarse del coche
sus pequeños van corriendo
hacia usted y se suben a él
como auténticos torbellinos.
Hace todo lo posible para actuar
como cualquier otro día
pero los niños la conocen muy
bien y ya se han dado cuenta
de que le preocupa algo, sólo
tienen que averiguar el qué.
No puede dejar pasar el
tiempo. Recuerde a la niña que
fue un día y a la cantidad de
cosas que imaginó para rellenar
el silencio de sus padres. Mentirles
y fingir que no está pasando
nada sólo servirá para que
pierdan la confianza en usted.
Con su pareja a su lado en todo
momento (en próximos números
de El Periódico de la Farmacia
le mostraremos cómo afrontar
esta situación con su pareja)
prepare antes lo que va a decirles
y cómo va a responder a sus
preguntas. Siéntese a su lado,
cójales de la mano y, con un
lenguaje sencillo y claro, cuénteles
lo que está pasando.
No se limite a soltarlo sin
más, ahora más que nunca le
toca escucharles y ofrecerles su
ayuda y apoyo en todo momento.
Le harán preguntas y
no tendrá respuesta para todas.
No se preocupe; sólo tiene que
decirles que no lo sabe pero
que lo va a averiguar. Hágales
comprender que es normal
que se sientan tristes o que
tengan miedo y quíteles de la
mente sentimientos de culpa
como que la enfermedad sea
un castigo porque ellos se han
portado mal. Pero todo lo que
diga dependerá siempre sobre
todo de la edad y la madurez
que tengan sus pequeños.
A cada edad,
su historia
Si el niño tiene menos de dos
años aún no sabe lo que es el
cáncer y lo único que le puede
decir es que 'está malita'. Su mayor
preocupación es tener que
separarse de su mamá por lo
que ha de procurar estar todo el
tiempo que pueda junto a él y
regalarle algún juguete que le de
seguridad cuando usted no esté.
Para saber si la enfermedad se
integra en su vida con total normalidad
sólo tiene que estar
atenta a sus juegos, ellos le dirán
mucho más que sus palabras.
Si tiene entre dos y seis
años cuéntele una historia en
las que las células buenas y las
malas sean las protagonistas.
Dígale que las células se vuelven
malas cuando dejan de
hacer su trabajo y con el tiempo
se convierten en un tumor
que hay que eliminar. Háblele
del tratamiento y de los ingresos
hospitalarios y presénteselos
como las armas que le van
a ayudar a luchar contra la enfermedad.
Dígale que ni lo
que él haya podido pensar o
hacer tiene nada que ver con
esto. Y es que, aunque a esta
edad ya sabe lo que es estar
enfermo, sólo lo achaca a dos
cosas: a gérmenes o a una acción
externa concreta, como
su mal comportamiento. Intentar
ocultarle la situación no
tiene sentido. Con sólo mirar a
su alrededor ya es capaz de
darse cuenta de que algo malo
está pasando pues las caras y
los gestos de la gente que le
rodea ya no esconden secretos
para él. No olvide preguntarle
sobre lo que piensa o siente.
Cuando cumple los siete
años y hasta los doce conoce
mejor el cuerpo humano y ya
sabe que no sólo hay dos culpables
en lo que a enfermedades
se refiere sino que en el interior
del cuerpo ocurren cosas
que le acaban enfermando. Ya
le puede contar un poquito
más pero jugando con situaciones
que le son familiares. Por
ejemplo, puede contarle que el
cáncer es como un equipo de
fútbol compuesto por jugadores
(células) que no funcionan
bien porque no tienen un entrenador
que les dirija y la quimioterapia,
el entrenador que
dará órdenes, colocará a cada
célula en su sitio para que éstas
jueguen tal y como se espera
de ellas. Es importante
que les anime a expresar sus
pensamientos, sus miedos y
sus preocupaciones.
A partir de los doce años
su hijo puede comprender la
complejidad de su enfermedad
y sus tratamientos. Ésta en
una edad difícil por lo que tan
pronto querrá que le trate como
un adulto como necesitará
el mismo apoyo, cariño y seguridad
que cualquier otro niño.
Ha de estar cerca pero no
agobiarle. Tiene que dejar que
sea él quien decida cuándo
quiere hablar del tema. Si
comparte sus sentimientos
con él y le hace sentirse lo suficientemente
seguro como para
sincerarse con usted, algún
día acabará haciéndolo. Déjele
ir con usted al médico cuando
se lo pida y ofrézcale los folletos
que usted está leyendo,
por si quiere tener más información
sobre la enfermedad.
La entrada
en el hospital
Uno de los momentos más duros
es cuando tiene que comunicar
a sus hijos que tiene que
pasar unos días en el hospital,
pero no por ello ha de mentirles
diciéndoles que se va de viaje
o cosas semejantes. Con la
mentira sólo conseguirá que se
sientan engañados y desconfíen
de usted. Su hospitalización
puede hacer que se sientan solos,
inseguros y temerosos, especialmente
al principio, cuando
no saben lo que va a pasar,
si va a volver o no, con quién se
van a quedar, si van a seguir
yendo al colegio o si van a poder
ir a verla, entre otras muchas
cosas. Por eso, ha de desvelar
cuanto antes todas estas
incógnitas. Lo primero es que
sepan que no van a estar solos
en ningún momento. Su padre
u otra persona de su confianza,
cuantos menos mejor, van a
cuidar de ellos. Y lo mejor es
que no cambien de hogar, ya
que allí cuentan con todo aquello
que les aporta seguridad. Si
no es posible, al menos que no
cambien sus rutinas diarias.
El estar separados no significa
que no se pueda hablar
por teléfono o intercambiar
notas o dibujos; así sus hijos se
darán cuenta de que piensa en
ellos y estarán más animados.
Nunca les haga promesas que
no está segura de que podrá
cumplir, como que le van a dar
el alta mañana sin saberlo con
total certeza, y permanezca
tranquila, pues su tranquilidad
les dará seguridad y confianza.
Para entender dónde está
cuando no está en casa y por
qué no está con ellos les vendrá
muy bien ir a visitarle alguna
vez al hospital, pero esto
no siempre es posible; todo
dependerá de cómo se encuentre
tanto física como
emocionalmente. Y cuando
vuelva a casa sólo ha de tener
buenas palabras para ellos.
Déles la enhorabuena por todas
las cosas que han hecho
bien mientras usted no estaba,
muéstrese satisfecha por su
buen comportamiento, abráceles
y sobre todo hágales
sentir importantes diciéndoles
lo orgullosa que está de ellos.
La vida continúa
A pesar de su enfermedad la
vida sigue. Poco a poco aprenderá
a dar prioridad a lo que
es realmente importante, lo
cual no significa que haya que
hacer como si no hubiera pasado
nada sino que ha de intentar
conseguir que la vida y
la enfermedad se adapten la
una a la otra. Aunque parezca
un reto imposible, se puede
lograr adaptando las actividades
familiares a las limitaciones
que la enfermedad impone.
Lo ideal es que sus hijos sigan
con su día a día de siempre
al lado de sus compañeros
y amigos o que al menos su
rutina se interrumpa lo menos
posible. Incluso las normas de
casa han de ser lo más parecidas
a las que había antes de la
enfermedad.
En cuanto pueda ha de encontrar
un momento para contarle
al tutor de su hijo lo que
está pasando. Él y el resto de
profesores pueden ayudar mucho
a que sus hijos tengan toda
la atención y cuidados que necesitan.
Y cuando la enfermedad
le de una tregua y las fuerzas
se lo permitan, esté un rato
a solas con cada uno de sus hijos
y aproveche para hacer cosas
que les guste hacer juntos.
Ellos necesitan sentirse útiles y
demostrarle que la quieren; ayudarle
en alguna pequeña tarea
puede ser una forma de conseguirlo,
por lo que es bueno darles
alguna responsabilidad que
encaje con su edad y madurez.
Preguntas difíciles
La naturalidad y la curiosidad
innata de los niños es tal que
pueden acribillarla a preguntas
y pedirle que le deje ver o tocar
la cicatriz o acariciar su cabeza
ahora que el tratamiento
la ha dejado sin cabello. Aunque
le cueste, ha de intentar
satisfacer su curiosidad en la
medida de lo posible, pues así
les está ayudando a enfrentarse
mejor a la enfermedad. Entre
tanta pregunta puede saltar
una especialmente dura y
difícil de responder: ¿te vas a
morir? Lo primero es averiguar
porqué lo preguntan, pues si
sabe lo que les preocupa será
más fácil tranquilizarles.
Sus hijos deben saber, siempre
teniendo en cuenta su edad
y su madurez, que el cáncer es
una enfermedad crónica, pero
no terminal, que hay más de
100 tipos diferentes, que existen
tratamientos, que cada persona
responde de una manera ante
ellos y que por lo tanto no pueden
comparar a su madre con
cualquier otra que esté pasando
por lo mismo, que muchas personas
trabajan duro para descubrir
nuevos tratamientos y que
cada vez más se gana la batalla
a la enfermedad.
FUENTE: Asociación Española contra
el Cáncer.
Más información:
www.muchoxvivir.org