Cuando cada noche cerramos los ojos y dormimos entramos en uno de los grandes túneles de la ciencia. Tras la palabra ‘sueño’ aún se esconden muchas incógnitas. Es una necesidad básica del organismo, un ‘caballero inquieto’ que cabalga con tranquilidad durante la noche y que está reñido con el día. De hecho, si se altera el reloj marcado por la naturaleza y dormimos bajo la luz del sol nos sentimos cansados, irritados y de malhumor. Y es que dormimos para estar despiertos durante el día y precisamente porque estamos despiertos y activos durante el día necesitamos dormir durante la noche. Una curiosidad: en la oscuridad nuestro cerebro segrega una hormona llamada ‘melatonina’ que facilita el sueño; con luz solar esto no es posible.

En el momento en el que caemos en las redes del sueño nos sumergimos en un torbellino de cambios imprescindibles para que nuestro organismo se encuentre en plena forma, en el que por ejemplo la presión arterial, la secreción hormonal y la frecuencia respiratoria y cardiaca se alteran. Es más, el sueño funciona como un termostato que hace posible que nuestro cuerpo disfrute de la temperatura idónea en cada momento.

Falta de sueño

Nuestro cuerpo es como una máquina que lucha por mantener constantemente el equilibrio, por eso cuando le privamos de las horas de sueño que necesita busca por todos los medios arañar en los días siguientes el tiempo que se le ha robado. Mientras lo consigue puede que la persona en cuestión pierda parte de su capacidad intelectual y memoria y se vuelva más ansiosa e irritable. Además, como los reflejos disminuyen es más fácil sufrir accidentes domésticos, de tráfico y laborales. Tal es así que las personas que habitualmente duermen entre 4 y 5 horas tienen un 40% más de probabilidades de sufrir algún percance que los que duermen entre 7 y 8 horas. Más aún, aunque no se puede asegurar que la privación severa del sueño conduzca a la muerte, lo que sí parece claro es que puede precipitar la aparición de ataques epilépticos, alteraciones neurológicas y alucinaciones y trae consigo una mayor incidencia de algunas enfermedades, como diabetes, hipertensión o problemas cardiovasculares, psiquiátricos y hormonales, entre otros. Por todo ello, se puede asegurar que la falta de sueño puede afectar de un modo muy negativo a la persona que lo sufre.

Una media de 8 horas

Los problemas de alteración del sueño están muy presentes en nuestra vida diaria. Las cifras hablan por sí solas: casi un tercio de la población los padece, pero muy pocos están diagnosticados y tratados adecuadamente. A pesar de que es muy difícil generalizar en este terreno, pues la calidad del sueño depende de infinidad de factores y la edad y la genética son sólo dos de ellos, se puede decir que las mujeres duermen peor que los hombres y que por edades son los niños y los ancianos los que más problemas de sueño sufren. Y aunque las horas de sueño que cada cual necesita son muy dispares y la única manera de saber si una persona duerme lo que debe es observar cómo se encuentra cuando está despierta, se puede decir que lo normal es que se requieran entre 7 y 8 horas diarias de sueño. Existen muy pocas personas que tan sólo necesitan dormir entre 5 y 6 horas, son los conocidos como ‘dormidores cortos’ y otras que precisan más horas de sueño, entre 9 y 10, los ‘grandes dormidores’. Aunque minoritarios, ambos baremos entran dentro de la normalidad.

Cuando una persona está bien durante el día y no siente sueño hasta la noche siguiente se puede asegurar que las horas de sueño de las que disfruta son las adecuadas. Además, no hay que olvidar que el organismo busca sin descanso el equilibrio por lo que cuanto más se desgaste durante el día mayor necesidad de sueño tendrá.

Por otro lado, lo cierto es que más que las horas de sueño lo que realmente importa es la calidad. De poco sirve pasar muchas horas en la cama si se hace con un sueño entrecortado y superficial cuando lo saludable es que sea profundo y sin interrupciones.

La edad determina en gran parte las necesidades de sueño que tiene cada persona. Los recién nacidos pueden pasar hasta 18 horas dormidos, sin diferenciar entre los dominios del sol y la luna. Hay que esperar a que el bebé cumpla más o menos tres meses de vida para que sincronice su reloj biológico con el ciclo día-noche. Así, con el paso del tiempo las horas de sueño disminuyen y se va diferenciando claramente que la noche es para dormir y el día para mantenerse activo, aunque al menos en la primera infancia se necesita dormir una siesta a lo largo del día.

Con los años cada vez cuesta más quedarse dormido y disfrutar de un sueño reparador, es decir, profundo y sin interrupciones. Como la somnolencia durante el día es también mayor se tiende a dormir pequeñas siestas que lo único que hacen es complicar aún más el problema del sueño.

EL INSOMNIO, UN CÍRCULO VICIOSOS

Si existe un problema de sueño que atañe de forma considerable a la población, ese es el insomnio. Las personas que lo sufren puede que tarden más de media hora en quedarse dormidos, o que sufran despertares nocturnos de más de treinta minutos o abran el ojo antes de tiempo y no vuelvan a conciliar el sueño, sumando en total una cantidad de sueño inadecuada. Las causas que pueden precipitarlo son muy variadas y van desde determinadas enfermedades, como ansiedad o depresión, hasta el consumo de ciertos medicamentos, pasando por viajes transoceánicos, trabajo por turnos o malos hábitos de sueño. Quienes más sufren de insomnio son las mujeres, las personas mayores y aquellas que padecen problemas psicológicos; todos ellos han podido comprobar cómo la falta de sueño deteriora su vida social, laboral y otras áreas importantes de su vida.

Puede durar tan sólo unos días o semanas o alargarse en el tiempo y sufrirlo durante meses e incluso años. El que se convierta o no en crónico depende en gran medida de cómo lo asumamos.

Noches en vela

En general estas "noches en vela" no desaparecen fácilmente porque la persona entra en un círculo vicioso del que no sabe cómo salir. Y es que si tras varias noches de insomnio se le concede a éste demasiada importancia, se empieza a pensar en cómo se estará a la mañana siguiente y cada noche, a medida que se acerca la hora de irse a la cama, se aterra ante la idea no poder conciliar el sueño. El resultado final es que el insomnio se convierte en el centro de las preocupaciones.

De esta manera, tras pasar una mala noche ya está pensando en la que viene y una vez que está inmerso en ella, la ansiedad por intentar dormir merma las posibilidades de quedarse dormido. En cambio, si deja de preocuparse por ello lo más normal es que poco a poco el insomnio acabe desapareciendo por sí mismo.

En cualquier caso, por mucho que haya dormido poco no caiga en la tentación de levantarse tarde, dormir alguna siesta o simplemente pasar más tiempo en la cama para compensar las horas de sueño perdidas; ninguna de estas supuestas ‘soluciones’ lo son realmente. En vez de temer que llegue la hora de meterse en la cama, hay que intentar que la mente asocie la cama con la hora de acostarse y el dormitorio con las palabras relajación, somnolencia y sueño.

FUENTE: Instituto de Investigaciones de Sueño.

El sueño es uno de los motores de nuestro bienestar